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La Gran Muralla Neumática protege a EU de la amenaza rodante

Una medida proteccionista disfrazada de seguridad vial desata el absurdo en una nueva era de aislamiento.

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La Gran Muralla Neumática: Una Oda a la Seguridad Vial Nacional

En un acto de heroica protección ciudadana sin precedentes, el Gobierno de los Estados Unidos de la Amnesia Selectiva ha decidido erigir una nueva barrera infranqueable. No será de concreto, sino de burocracia pura y xenofobia institucionalizada: la suspensión inmediata de visas para esos mercenarios extranjeros del volante que osan cruzar la frontera sagrada manejando artefactos de dieciocho ruedas.

El Sumo Pontífice de la Diplomacia Contemporánea, el Secretario de Estado Marco Rubio, proclamó el edicto desde su púlpito digital favorito, la red social X. “Protegemos la vida de los estadounidenses”, declaró, con la convicción de quien acaba de descubrir que el agua moja, pero sin molestarse en proporcionar una sola gota de evidencia que sostenga semejante revelación acuática. La amenaza, al parecer, es tan evidente que los hechos solo estorbarían su majestuosa proclama.

El verdadero meollo del asunto, el secreto a voces que recorre los pasillos del poder, no es la seguridad, sino la pureza lingüística. El crimen imperdonable de estos conductores foráneos no es hacer maniobras peligrosas, sino cometer atrocidades gramaticales. Se les acusa de conjugar verbos de manera irregular y de profanar el sagrado idioma de Shakespeare con espantosos acentos. ¡La barbarie!

Mientras tanto, en un giro que Orwell hubiera encontrado deliciosamente predecible, la administración ha emprendido la cacería de brujas migratoria más grandiosa de la historia moderna: la revisión de 55 millones de visas. Cada turista, cada estudiante, cada abuelito que vino a ver a su nieto, es ahora un potencial infiltrado, un agente del caos cuyo crimen podría ser tan atroz como pedir un café pronunciando mal la palabra “cream”.

Así, el sueño americano se transforma. Ya no se trata de la tierra de las oportunidades, sino del fortín de las paranoias, donde el peligro más inminente no son las armas de fuego, sino los camiones conducidos por personas que, horror de horrores, podrían preguntar “¿dónde está el baño?” en un idioma que no sea el de la tierra de los libres.

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