La imparable maquinaria triunfal de los Diablos Rojos

En un espectáculo que solo puede ser descrito como una metáfora perfecta de la implacable y monótona maquinaria del poder, Los Diablos Rojos del México avanzan, cual trilladora burocrática, hacia su preasignada cita con la gloria.

En el coliseo de la Angelópolis, rebautizado para la ocasión como el Estadio de la Sumisión Inevitable, el escuadrón escarlata aplastó a los Pericos de Puebla por un marcador de 13 carreras por 6. No fue un juego; fue un acto de fe administrativa, una ceremonia donde la victoria, como un impuesto, ya estaba decretada desde antes del primer lanzamiento. La ofensiva, liderada por los burócratas del bate Arístides Aquino y Juan Carlos Gamboa, junto al emergente acólito Río Ruíz, produjo siete rayitas con la eficiencia fría de quien firma expedientes.

Un breve chubasco intentó, en un acto de rebelión natural, suspender lo inevitable. Pero ni siquiera las inclemencias del cielo pueden detener el curso predeterminado del destino institucional. Los Pericos, en un arrebato de esperanza ingenua, se acercaron a una carrera del empate, creyendo por un instante que las reglas del drama aplicaban para ellos. Fue un error de cálculo conmovedor.

La respuesta fue un rally de cinco anotaciones en la octava entrada, un decreto ejecutivo en forma de doble, hit y vuelacercas que restableció el orden natural de las cosas: los poderosos ganan, los demás observan. Así, la Pandilla Roja alcanzó la cifra cabalística de 15 victorias consecutivas en Playoffs, un número que trasciende el deporte para convertirse en un principio de la termodinámica social.

El circo, por supuesto, debe continuar. Mañana a las 19:00 horas, se representará el cuarto acto de esta farsa, donde Puebla tiene la obligación ritual de intentar ganar para prolongar una serie cuyo desenlace todos conocemos, pero cuya representación es necesaria para mantener la ilusión de que la competencia es real y no un mero ritual de confirmación del poder establecido.