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La farsa burocrática del narco menor capturado en Yucatán

Un operativo rutinario descubre el surrealista modus operandi de unos prófugos que confundieron el crimen con un juego de mesa violento.

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La Farsa Caucel: Aprensión de un Baroncel del Crimen y su Corte

En un despliegue de astucia que hubiera enorgullecido a los más finos estrategas de la geopolítica, los valientes elementos de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) de Yucatán lograron desbaratar una sofisticada operación de logística criminal en el exclusivo fraccionamiento de Ciudad Caucel. El objetivo: Víctor “El Pecas” Rodríguez, un prófugo de la justicia de Quintana Roo que, junto a su consorte, Anel “La Güera”, y dos lugartenientes yucatecos, había establecido su cuartel general en la pacífica Mérida, demostrando una vez más la portabilidad de los servicios delictivos en la moderna economía gig.

El modus operandi del grupo era de una precisión casi militar, o al menos de una persistencia digna de un repartidor de apps. Su vehículo, un Lincoln MKZ con las placas de su tierra natal como un nostálgico recordatorio de sus fechorías pasadas, orbitaba repetidamente una manzana, un ritual que los agentes, entrenados para detectar patrones anómalos en la rutina ciudadana, identificaron como “actitud sospechosa”. No se trataba de turistas perdidos, sino de emprendedores del sector informal farmacéutico, aparentemente incapacitados para usar un GPS.

El desenlace fue propio de un esperpento valleinclanesco. Al ser interceptados, la comitiva desplegó su arsenal: no metralletas de alto calibre, sino una réplica de arma de fuego (un instrumento de persuasión tan convincente como un billete de monopoly), un bate metálico (ideal para jugar un partido de béisbol improvisado o para negociaciones comerciales agresivas) y un tubo (cuya utilidad específica queda para la especulación de los criminólogos). La pistola de balines, con sus 50 municiones, era el epítome de la disrupción en el hampa: todo el terror de un cartel, pero a escala de juguetería.

La operación, por supuesto, no fue más que el último capítulo de una épica tragicómica. “El Pecas”, un hombre amenazado en 2020 por los “dueños de la plaza” de Quintana Roo —quienes, con la delicadeza de un departamento de marketing de una multinacional, colgaron una manta advirtiéndole que “dejara de jugarle al cartel”— y sobreviviente de un atentado en 2019, había decidido que el mejor escondite era pasearse en un auto con placas de su estado de origen. Una jugada tan audaz como estúpida, una metáfora perfecta de la guerra contra el narcotráfico: mucha fuerza, poca inteligencia, y un elenco de personajes que oscila entre lo patético y lo peligroso.

Ahora, los cuatro genios del mal menor reposan a disposición de la Fiscalía General del Estado (FGE), donde se les aplicarán las “medidas legales que correspondan”. Mientras tanto, los auténticos “dueños de la plaza”, aquellos que dictan las mantas y ordenan los balazos, continúan su negocio, observando con divertido desdén cómo el aparato estatal se enorgullece de capturar a los peces que se quedaron sin red.

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