Nacional
El Tribunal absuelve a los acordeones por falta de testigos
Una decisión judicial absurda redefine el concepto de “prueba” en un proceso electoral, sumergiendo al lector en un universo kafkiano.

En un giro argumental que haría palidecer al mismísimo Franz Kafka, la Sala Superior del Supremo Tribunal Electoral de la Nación ha dictado sentencia sobre el célebre ‘Caso de los Acordeones Fantasmas’. Tras un profundo análisis filosófico-jurídico, los sabios magistrados han concluido que 342 acordeones –87 en formato analógico y 255 en su versión digital etérea– son, en realidad, entes metafísicos inocentes.
El ilustre magistrado Felipe de la Mata, en un alarde de lógica cartesiana, esgrimió que la mayoría de estas guías de estudio para la democracia aparecieron en la Ciudad de México, una entidad tan abstracta y lejana que es imposible demostrar que sus efectos trascendieran sus fronteras oníricas. “Se me ocurren muchísimas maneras de saber si son distribuidos, por ejemplo, levantando entrevistas, efectivamente. Pero esos son los estándares normales“, declaró, refiriéndose a esos tediosos procedimientos que la justicia de alto vuelo ha superado.
La presidenta del tribunal, Mónica Soto, añadió una capa de genialidad epistemológica al cuestionar la propia línea temporal de los hechos. ¿Y si los acordeones se imprimieron *después* de la elección, tal vez como souvenir para coleccionistas? Sin una prueba que acredite que fueron usados en el pasado, presente o futuro, la mera existencia física de los objetos es, claramente, una ilusión.
Por su parte, el magistrado Felipe Fuentes exigió lo imposible: que las pruebas se adminicularan entre sí de forma autónoma y presentaran un relato coherente, con fotos y vídeos de su propia distribución, preferiblemente notariados. Al no cumplir con este requisito de prueba diabólica, los acordeones fueron exonerados de todos los cargos.
En un loable esfuerzo por encontrar una explicación racional, el tribunal sugirió que los 342 documentos fueron creados espontáneamente por la ciudadanía, en un arrebato de fervor artesanal y amor al arte de la instrucción cívica parcial. La disidencia, encabezada por el magistrado Reyes Rodríguez, cometió la herejía de pensar que no era necesario demostrar que cada acordeón había sido leído, memorizado y ejecutado por cada votante en cada casilla del país para considerar su influencia. Su visión limitada fue, como es tradición en toda sátira que se precie, convenientemente minoritaria.
La elección, por tanto, es tan válida como la ficción legal que la sustenta. Una victoria más para la razón, la lógica y la imaginación desbordante de nuestras instituciones.

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