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El PRI culmina su épico viaje de 96 años a la irrelevancia política

El otrora partido hegemónico toca fondo en un episodio de tragicomedia legislativa que redefine la palabra ‘derrota’.

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Foto: El Universal.

En un giro tragicómico que ni el más imaginativo de los dramaturgos hubiera osado concebir, el Partido Revolucionario Institucional, esa reliquia decimonónica que gobernó México con mano férrea durante la mayor parte del siglo XX, ha alcanzado su cenit de irrelevancia: ha sido desalojado incluso de la última butaca con nombre en el Senado.

La deserción del senador Néstor Camarillo—quien evidentemente leyó el acta de defunción antes que sus colegas—dejó al otrora partido hegemónico con tan solo 13 legisladores, una cifra que lo sitúa por debajo incluso del Partido Verde Ecologista de México, formación política conocida principalmente por su inquebrantable devoción al… color verde de los billetes.

Imagínense el bochorno: después de 96 años de monopolizar el poder, de tejer redes de influencia que penetraban hasta el último rincón del país, de inventar eslóganes como “la democracia es la dictadura perfecta”, el gran dinosaurio de la política mexicana no solo ha dejado de rugir: ha sido relegado al estatus de fósil decorativo.

La Mesa Directiva del Senado, ese sanctasanctórum donde se reparten migajas de poder simbólico, ha expulsado al PRI por incumplimiento numérico. ¡La ironía! El partido que durante décadas fabricó mayorías absolutas con la precisión de un relojero suizo ahora no puede ni siquiera reunir los cuerpos necesarios para ocupar una vicepresidencia decorativa.

Pero no teman, ciudadanos, porque el senador Camarillo—ese “demócrata” y “hombre de Estado” que esperó cinco años al frente del partido en Puebla para descubrir su vocación ciudadana—ha emprendido una “nueva etapa política”. ¡Qué nobleza! Abandera ahora una “verdadera agenda ciudadana”, seguramente tan genuina como aquellos resultados electorales de 90% que su partido obtenía en épocas de esplendor.

Mientras tanto, el Senado—esa cámara de representación territorial donde se ratifican nombramientos y se aprueban tratados internacionales—sigue funcionando. La Mesa Directiva continúa presidiendo debates, formulando órdenes del día y, lo más importante, asegurándose de que los documentos cumplan con las normas. Porque en medio de la debacle institucional, lo crucial es que el papel esté en regla.

El presidente de dicha Mesa—en quien “se expresa la unidad de la Cámara”—puede dormir tranquilo: aunque el partido que gobernó México durante siete décadas se desvanece en la irrelevancia, los vicepresidentes seguirán asistiéndole en sus funciones y sustituyéndolo en sus ausencias temporales. El protocolo, al menos, permanece incólume.

Así concluye el viaje más largo de la política mexicana: de ser el partido único a no ser ni siquiera el partido suficiente. El PRI finalmente ha logrado lo que sus críticos no consiguieron en un siglo: volverse irrelevante. Bravo.

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