Deportes
Los piratas asaltan el templo del beisbol capitalino
Una victoria deportiva se convierte en una alegoría mordaz sobre el orden establecido y la anarquía triunfante.

En un acto de insubordinación que habría hecho sonrojar al mismísimo Barbanegra, los autodenominados Piratas de Campeche perpetraron un asalto a mano armada contra la sacrosanta institución del beisbol capitalino. No contentos con merodear por las costas, esta horda de forajidos sin ley se adentró en el sagrado recinto del Estadio Alfredo Harp Helú, un templo donde los sumos sacerdotes del deporte, los Diablos Rojos</strong, ejercen su dogmático dominio con la bendición de las altas esferas.
La audacia de estos bucaneros no conoció límites. Desafiando toda jerarquía establecida y burlándose del orden natural de las cosas, donde los equipos de provincias deben inclinarse reverentes ante la superioridad metropolitana, estos insurgentes del diamante cometieron el ultrajante crimen de… ¡jugar mejor! Utilizaron artefactos explosivos de cuatro costuras y proyectiles de madera para volar por los aires el invicto postemporada de los aristócratas del beisbol.
El veterano mercenario Chris Carter, un hombre que claramente no recibió el memo sobre la obligación de perder ante los amos del juego, lanzó un artefacto incendiario de dos carreras que hizo saltar por los aires la estrategia de los señores feudales del deporte. Mientras, en las tribunas, la plebe observaba atónita cómo los siervos se rebelaban contra sus amos, sembrando el caos en un sistema perfectamente diseñado para la perpetuación del statu quo.
El receptor dominicano Francisco Peña, evidentemente un agitador profesional, proclamó sin rubor: “Tenemos mentalidad de guerreros, de piratas que no les importa nada”. ¡Toma declaración subversiva! ¿Acaso no comprende que en el deporte moderno, cuidadosamente empaquetado para el consumo masivo, se supone que debemos mostrar respeto por las instituciones y aceptar nuestro papel asignado?
Este espectáculo de anarquía organizada nos deja una incómoda reflexión: ¿qué sucede cuando los que deben perder se empeñan en ganar? ¿Cuando los extras de reparto deciden robarse la película? El beisbol, como metáfora perfecta de nuestra sociedad estratificada, nos muestra que a veces la realidad se atreve a imitar al arte más subversivo.
Mientras tanto, en el Norte, otros siervos preparan sus propias guillotinas deportivas. El sistema tiembla ante la posibilidad de que los plebeyos descubran su poder. Después de todo, nada es más peligroso que un pueblo que deja de creer en la inevitabilidad de su derrota.

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