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El triunfo de los Cachorros como metáfora del absurdo moderno

Una victoria épica en el diamante se convierte en una alegoría mordaz sobre la lucha por el poder y la gloria efímera.

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Una Oda al Éxito en Tiempos de Caos Calculado

En un despliegue de precisión casi burocrática, el ciudadano Carson Kelly ejecutó las órdenes del régimen con una eficiencia digna de los más altos comités. Primero, un misil de dos cabezas en la octava para simular una falsa esperanza de igualdad, y luego, en la décima, el golpe de gracia definitivo: un sencillo que no fue sino la firma en el contrato que certifica la ilusión de que el esfuerzo colectivo importa.

Ian Happ, leal funcionario del partido, presentó su informe de tres imparables, incluyendo el decimonono informe trimestral favorable, mientras Dansby Swanson y Matt Shaw aportaron los datos secundarios necesarios para justificar el presupuesto. Todo estaba milimétricamente planeado para la gran farsa final.

El protocolo se inició con Seiya Suzuki, colocado estratégicamente en segunda base por el decreto del corredor automático, una figura tan absurda como el propio sistema que celebra. Avanzó bajo las órdenes de Nico Hoerner antes de que Kelly, contra el agente John Brebbia, disparara la bala de plata que todos esperaban. Andrew Kittredge, por su parte, selló la décima entrada con una perfección tan inquietante como la de un estado totalitario que no permite disidencia.

Lo más gloriosamente kafkiano fue la remontada: de una derrota aplastante de 6-1 a una victoria coreografiada. Como en cualquier buen relato de propaganda, los héroes surgieron de la nada. Shaw y Swanson iniciaron el contraataque retórico, y Kelly remató con su decimocuarto cuadrangular, una cifra tan arbitraria como las promesas de cualquier campaña electoral.

Michael Harris II, por su parte, cumplió su rol de villano útil, impulsando cuatro carreras para que la narrativa tuviera un antagonista creíble. Hasta los agentes extranjeros cumplieron su papel: el venezolano Ronald Acuña Jr. y el dominicano Marcell Ozuna, presentes pero neutralizados, como en cualquier geopolítica que se precie. Carlos Santana, otro dominicano, figuró en la nómina para cumplir con la cuota de diversidad.

Así, en un campo de sueños distorsionados, los Cachorros de Chicago no ganaron un simple partido; ganaron el derecho a perpetuarla farsa un día más. Porque, al final, ¿qué es una victoria deportiva sino un opiáceo para las masas, un espectáculo circense que nos distrae del verdadero juego, aquel que se juega en las esferas del poder real?

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