Nacional
La coreografía burocrática tras el desplome de un helicóptero
Una tragedia aérea desnuda el absurdo burocrático y la coreografía institucional ante la desgracia.

En un espectáculo de eficacia tan deslumbrante como inútil, un artilugio metálico con aspas, conocido vulgarmente como helicóptero, decidió poner fin a su existencia en los dominios de los dioses volcánicos, Iztaccíhuatl y Popocatépetl. La máquina, de nombre burocrático XA QST y perteneciente a la célebre firma Heliamerica-México, optó por una descomposición estructural espontánea, esparciendo sus entrañas sobre un campo de cultivo en un sublime acto de performance industrial.
Los primeros testigos de esta obra de arte contemporánea, los siempre olvidados residentes locales, cumplieron su papel predestinado en el gran teatro de la desgracia: avisar a las autoridades para que la maquinaria del protocolo pudiera engrasarse. No defraudaron. Acudió al lugar un desfile de corporaciones tan numeroso que uno podría pensar que se trataba de la inauguración de una plaza comercial, no de la recogida de dos almas desencarnadas. Policía Municipal, Seguridad Estatal, Defensa Nacional, Guardia Nacional y la siempre imprescindible Protección Civil mexiquense compitieron en una coreografía de chalecos reflectantes y vehículos oficiales.
Su misión, aparentemente hercúlea, fue constatar lo evidente: que dos seres humanos yacían sin vida, víctimas de un diálogo demasiado brusco con el suelo. El aparato, en un arranque de sensibilidad posmoderna, se había desintegrado en un gesto de pura abstracción, lanzando la hélice a varios metros en un guiño surrealista. Los tripulantes, en un acto de extrema modestia, se negaban a ser identificados, dejando a las autoridades el sublime misterio de descubrir quiénes eran las personas a las que no pudieron salvar.
El paraje, de difícil acceso como todos los escenarios donde la tragedia elige actuar con drama, obligó a los héroes de chaleco a demostrar su valor. Mientras tanto, la Fiscalía General de Justicia fue notificada para iniciar la investigación del percance, un ritual sagrado que consiste en determinar que lo que cayó, efectivamente, era un helicóptero, y que los fallecidos, muy probablemente, estaban muertos.
Los cadáveres serán trasladados al Servicio Médico Forense, donde los especialistas emplearán la ciencia más avanzada para deducir las causas de una muerte provocada por el impacto de una aeronave contra la tierra, uno de los grandes enigmas médicos de nuestro tiempo. Todo ello en un país donde la justicia vuela, como el helicóptero, a su propia y misteriosa altura.

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