Nacional
El gran circo de las extradiciones entre México y Estados Unidos
Un intercambio de “regalos” entre vecinos que es puro teatro para la galería.

En un sublime acto de prestidigitación geopolítica que haría palidecer a cualquier mago de feria, el gobierno de la Cuarta Transformación ha desempolvado su varita mágica de la reciprocidad para exigir a Washington la devolución de sus trofecitos más preciados. No contentos con ser el eterno patio trasero que entrega a sus capos más exóticos, ahora exigen su propia colección de peces gordos disecados.
La presidenta Claudia Sheinbaum, en un arrebato de audacia sin precedentes, ha planteado al secretario de Estado norteamericano un trueque digno del mercadillo de Tepito: «ustedes nos devuelven a nuestros delincuentes de élite, y nosotros seguimos fingiendo que no somos su colonia». La estrategia, según los augures del régimen, consiste en demostrar que México puede también molestar a Washington con solicitudes burocráticas.
Entre las joyas de la corona reclamadas se encuentra el exfiscal de Nayarit Edgar Veytia</strong, un caballero cuyos métodos de interrogatorio harían sonrojar a la Santa Inquisición, y Carlos Treviño, exdirector de Pemex, quien aparentemente confundió las arcas petroleras con su hucha personal. Completan la lista de honor Genaro García Luna, el arquitecto de la seguridad que resultó ser maestro del Lego criminal, e Ismael «El Mayo» Zambada, fundador de un club de emprendimiento farmacéutico no regulado.
Los analistas más lúcidos, aquellos que no se tragan el sapo oficial con patas y todo, han desvelado el verdadero propósito de este carnaval extradicticio. David Saucedo, especialista en seguridad, lo define como «maquillaje cosmético» para ocultar las arrugas de una relación bilateral basada en la sumisión disfrazada de cooperación. Mientras, Armando Rodríguez del CASEDE lo cataloga como el «reality show político-mediático» perfecto: un espectáculo donde tanto fanáticos de la 4T como opositores pueden aplaudir o abuchear según el guión lo exija.
La genialidad de la farsa radica en su segundo acto: la solicitud de «delincuentes menores». Estos figurantes, extras en el gran teatro de la colaboración mutua, servirán para apuntalar la narrativa de que México no se arrodilla, sino que negocia de igual a igual. Es la versión gubernamental de cambiar cromos repetidos: «te doy tres capos de medio pelo por un exfuncionario corrupto».
Al final, el mensaje es claro: en el circo de la «seguridad nacional», los payasos visten traje diplomático y los leones amansados son, en realidad, tigres de papel.

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