Espectáculos
El último desfile del sastre de los sueños capitalistas
La sátira se viste de luto y de etiqueta para diseccionar el legado de un titán de la elegancia y su imperio textil.

El último desfile del sastre de los sueños capitalistas
Con la solemnidad que merece un evento de tal magnitud, el oráculo de la elegancia capitalista, el sumo pontífice de la sastrería que vestía a amos y esclavos por igual (aunque con distinto precio), ha decidido colgar su metro dorado. Giorgio Armani, nonagenario arquitecto de apariencias, ha fallecido, dejando tras de sí un imperio construido no con ladrillos, sino con hilos de seda y una aguda comprensión de la vanidad humana.
Este titán de la tela, autoproclamado “primer diseñador posmoderno”, comprendió antes que nadie que en el nuevo mundo, la identidad no se heredaba, se compraba. Y él tenía la tienda más exclusiva. Su genialidad no residía en cortar patrones, sino en empaquetar aspiraciones. Vistió a la fauna más peculiar del planeta: desde magnates que decidían el destino de naciones hasta actores que pretendían serlo, todos uniformados bajo el estandarte de una elegancia democratizada (si tu cuenta bancaria lo permitía).
Pero su verdadero legado, su obra maestra de crítica social involuntaria, se forjó en la fábrica de sueños de Hollywood. Allí, su ropa se convirtió en el disfraz perfecto para los dioses del Olimpo moderno.
La farsa bélica: “Bastardos sin gloria”
En el delirio revisionista de Tarantino, Brad Pitt lució un traje blanco de Armani tan inmaculado como la moral de los vencedores que reescriben la historia. Mientras las balas surcaban el aire, la prenda era una declaración de principios: se puede cometer un exterminio, pero siempre con estilo impecable. Armani vestía al verdugo, haciéndolo parecer un dandi en una cacería de humanos.
El justiciero enmascarado: “Batman: El caballero de la noche asciende”
¿Qué mejor alegoría del capitalismo que un multimillonario traumatizado que se viste de murciélago para impartir justicia? Christopher Nolan y Armani vistieron a Christian Bale no como un héroe, sino como el CEO de la venganza. Cada traje era un chaleco antibalas corporativo, perfecto para las juntas directivas en Gotham, donde el crimen y los negocios son dos caras de la misma moneda falsa.
El mercenario del amor: “American Gigolo”
Aquí, el genio de Armani alcanzó su cumbre satírica. Convirtió a Richard Gere en el santo patrón de los acompañantes de lujo, glorificando al profesional del afecto simulacro. El mensaje era sublime: el amor puede ser una transacción, pero si se realiza con un traje de cachemira, se convierte en arte. Armani no vestía a un hombre; vestía un producto, y Hollywood lo compró al por mayor.
El horror con clase: “Phenomena”
Incluso en el grotesco universo de Dario Argento, donde los insectos psicóticos y los asesinos reinaban, Armani impuso su ley. Demostró que uno puede ser brutalmente descuartizado por un monstruo, pero siempre con un vestido que fotografía bien post-mortem. La moda, al final, es lo único que perdura tras el terror.
Así pues, descanse en paz el gran sastre. Nos deja un mundo donde la elegancia es la última cortina de humo, donde el traje no hace al monje, pero sí al banquero, al héroe, al mercenario y al cadáver de alta costura. Un legado de telas caras para cubrir las desnudeces de nuestra época.

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