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La paradoja del progreso según los dueños del mundo

La heredera de una fortuna monumental predica sobre la desconexión material en un evento de lujo, revelando las paradojas del progreso.

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El Sermón de la Montaña de Mármol

En un alarde de modestia cosmológica, Vanessa Slim Domit, archipresidenta de la Asociación de Superación para México y América Latina (Asume), descendió de su Olimpo financiero para iluminar a los mortales con una revelación estremecedora: el progreso no debe basarse solo en lo económico. La epifanía, heredada de su sagaz progenitora, Soumaya Domit de Slim, cayó como una bomba de humildad entre el selecto auditorio del evento “México Siglo XXI, Mentes que iluminan el futuro”, patrocinado, cómo no, por el conglomerado telco familiar.

La doctrina de Asume, un prodigio de ingenio filosófico, se sostiene sobre tres pilares tan profundos como el bolsillo de sus benefactores. Primero: la superación debe ser constante e ilimitada, como la cartera de inversiones de la familia. Segundo: competir solo con uno mismo, porque compararse con el vecino es de pobres espirituales (y materiales). Tercero: la superación equilibrada, que exige metas en todos los ámbitos de la vida, desde lo estético (coleccionar arte en mansiones) hasta lo espiritual (meditar en yates).

Con una perspicacia digna de un oráculo moderno, la vidente diagnosticó nuestro mal existencial: vivimos en la era del “ruido externo” y la inmediatez. ¡Qué audaz crítica a la sociedad del espectáculo y el consumo… proferida desde el epicentro mismo de su engine! Nos confundimos, clamó: creemos que la felicidad es placer, el amor es sexo, la amistad son ‘likes’, la sabiduría es información y el éxito es aplauso. Dicho en el colmo de la coincidencia por quien personifica la quintasencia del aplauso comprado y la amistad interesada.

La hija del hombre que podría comprar países enteros con el vuelto de su breakfast concluyó su perorata con un consejo lapidario para la plebe: “ámanse a ustedes mismos”. Un mensaje profundamente revolucionario, proveniente de una dinastía que ha amado tanto a México que ha acumulado una fracción significativa de su PIB. Porque al final, ¿qué es la vida sino aprender a amarnos, mientras nuestro apellido figura en las listas de Forbes y los índices de desigualdad? He ahí el desarrollo humano en su más pura y deslumbrante contradicción.

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