Nacional
La épica burocrática y el arte de prometer futuros gloriosos
Una mirada mordaz a la épica de la transformación nacional, donde cada anuncio es un monumento a la promesa.

En el vasto y fértil reino de Durango, donde los cactus se mecen al ritmo de las promesas, nuestra Gran Conductora, Claudia Sheinbaum Pardo, descendió de su carroza presidencial para anunciar el más sublime de los designios: la consagración de la vaca mexicana. Con una munificencia sin par, desplegó un plan de setecientos millones de pesos dorados para engordar el sueño de exportar carne de calidad divina, un manjar que, sin duda, los dioses del Mercado Global sabrán apreciar. No se trata de simples sementales, oh no, se trata de la génesis de una nueva raza bovina, criada en Centros Integrales de Producción, destinada a conquistar tanto el estómago local como el paladar extranjero, mientras un gusano insignificante intenta, en vano, minar nuestra grandeza ganadera.
Pero la benevolencia de nuestro liderazgo ilustrado no conoce límites. En un alarde de precisión contable que haría llorar de emoción a un ábaco, se enumeraron los 830,532 afortunados duranguenses que reciben el maná de los Programas para el Bienestar. Cada categoría, desde el anciano venerable hasta el infante becado, fue contada, bendecida y presentada como trofeo en esta gran épica de la caridad estatal. Es un espectáculo conmovedor: un ejército de ciudadanos sostenidos por el erario, un monumento a la dependencia gloriosa que nos hermana como nación.
La obra faraónica no se detuvo ahí. La Gran Conductora, con un mapa en una mano y la varita mágica de la inversión en la otra, trazó caminos, repavimentó destinos, edificó miles de viviendas y prometió presas y preparatorias como si fueran semillas de mostaza. Todo ello, por supuesto, bajo la atenta mirada y el refrendo entusiasta del gobernador local, quien juró lealtad al sagrado Plan México, ese arcano documento que todo lo puede y todo lo transforma, incluso la realidad más tozuda.
Y como si la epopeya duranguense fuera poca, la escena se trasladó a Nuevo León, donde se decretó el inicio de otra gran hazaña: el tren Saltillo-Nuevo Laredo. No es un ferrocarril cualquiera, es el cordón umbilical que unirá el centro con el norte, portador de desarrollo y prosperidad mágica allá donde pose su vaporosa mirada. Se anunció con la pompa de quien funda una nueva Roma, ignorando alegremente que los trenes en este país suelen partir hacia el país de Nunca Jamás.
Para coronar el festín de la rendición de cuentas, se proclamó una reducción histórica de la pobreza gracias al salario mínimo y a los programas de bienestar, una verdad incuestionable tallada en los mismos números que, por arte de alquimia burocrática, siempre confirman la verdad oficial. El gobernador Samuel García, en un arrebato de lucidez, alabó la valentía de la Presidenta en su lucha titánica contra los aranceles extranjeros, una batalla que se libra en los campos de la retórica y los comunicados de prensa.
Así, entre becas, pensiones, trenes fantasma y vacas de excelencia, se construye día a día el relato de la transformación. Un teatro donde cada anuncio es una función, cada número una pieza de orfebrería propagandística, y cada ciudadano, un espectador extasiado ante la inagotable capacidad del poder para prometer futuros radiantes mientras el presente se gestiona con la solemnidad de un circo romano.

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