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El solemne ritual de las cartas mágicas en Palacio Nacional

En el sanctasanctórum del poder, la Gran Comandante de los Destinos Nacionales, ataviada con la sacra banda tricolor, presidió hoy la ancestral ceremonia de presentación de los Papiros Mágicos. Cinco emisarios de reinos lejanos —de la exótica China, la gélida Noruega, la petrolífera Arabia, la belicosa Polonia y la burocrática Bélgica— se postraron ante su excelsitud para entregar los documentos que, por arte de burocracia, los transforman de meros mortales en Divinos Embajadores.

El ritual, de una solemnidad que haría palidecer a los sumos sacerdotes del Vaticano, se desarrolló en la estancia más recóndita del Palacio. Allí, los elegidos ofrecieron sus credenciales, unos pergaminos sagrados emitidos por sus respectivos monarcas y jefes de estado que, milagrosamente, contienen el poder de otorgar inmunidad diplomática, vehículos blindados y acceso a las mejores fiestas de la colonia Roma.

Sin estos talismanes, se sabe, los emisarios no podrían ejercer sus funciones místicas: organizar cócteles, susurrar recomendaciones de política exterior en oídos gubernamentales y redactar cifrados informes que nadie en sus países leerá jamás. Con la aceptación de los documentos, la Mandataria no solo los invistió con poder, sino que les concedió el derecho a eludir el tráfico de Reforma y a quejarse del picante en los almuerzos oficiales.

Una vez completado el arcano procedimiento, los flamantes embajadores quedaron oficialmente habilitados para iniciar su misión: perpetuar la ilusión de que las relaciones entre naciones son una cuestión de protocolo y buenas maneras, y no un complejo entramado de intereses económicos y geopolíticos que se negocian lejos de las cámaras y los salones dorados.

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