¿Y si el problema de la violencia en Sinaloa no es solo un problema de seguridad, sino el síntoma de un ecosistema roto que clama por una reinvención radical? Un año después del recrudecimiento del conflicto, las cifras hablan un lenguaje de devastación: más de dos mil vidas truncadas, miles de familias destrozadas, un tejido económico desgarrado con pérdidas de 36 mil millones de pesos y un turismo fantasma. Los legisladores expresan su preocupación, pero la verdadera disrupción comienza cuando dejamos de contar los muertos y empezamos a cuestionar los modelos.
El miedo se ha normalizado, como señala el diputado Sergio Torres Félix. Pero la normalización es la antesala de la rendición. ¿Dónde está la respuesta audaz que transforme este campo de batalla en un laboratorio de paz? No se trata de desplegar más fuerzas, sino de desplegar más imaginación. La verdadera innovación no reside en ganar una guerra, sino en volverla obsoleta.
Mientras se reportan más de 50 niños asesinados y casi cincuenta policías caídos, las soluciones tradicionales muestran su bancarrota moral e intelectual. Es el momento de un pensamiento lateral: conectar puntos aparentemente inconexos. La paz no se construye solo con patrullas, sino con oportunidades. El discurso del diputado de MORENA, Ambrosio Chávez Chávez, que defiende el combate a la pobreza, roza una verdad más profunda, pero se queda en la superficie. No se trata de mitigar la desigualdad, sino de diseñar un nuevo contrato social donde la ilegalidad deje de ser la opción más rentable.
Imagine un Culiacán donde los mismos talentos que operan en la economía sumergida sean redirigidos hacia emprendimientos legales de alta tecnología agrícola o logística. Visualice una estrategia que, en lugar de cerrar negocios, genere ecosistemas de innovación en los territorios más afectados. El diputado José Antonio González citó la impactante cifra de siete mil vehículos despojados. ¿Y si esos recursos se convirtieran en una flota para la movilidad social?
La legisladora Irma Guadalupe Moreno Valle observa con crudeza que la percepción de inseguridad es ahora una realidad palpable. Aquí yace la oportunidad: cuando el problema es innegable, la voluntad para soluciones radicales es mayor. La marcha por la paz, mencionada por Rodolfo Valenzuela Sánchez, no debe ser un símbolo vacío ni un instrumento político, sino el germen de un movimiento ciudadano que coprotagonice su propia seguridad y bienestar, utilizando la inteligencia colectiva y la tecnología cívica.
Algunos apuntan a una reducción en los índices de delitos como un rayo de esperanza. Pero la disrupción exige más. Exige preguntarnos: ¿cómo diseñamos una sociedad donde la paz no sea la ausencia de guerra, sino la presencia activa de justicia, oportunidades y belleza? El status quo está quebrado. La Cuarta Transformación, o cualquier otro proyecto, debe ser audazmente reinventada. No es hora de pequeños ajustes. Es la hora de una revolución pacífica que comience en la mente y termine transformando la realidad.