La lucha de una familia tras una explosión de gas

Abril Díaz Castañeda, una mujer de 34 años con una vida por delante, se encontraba en búsqueda de una oportunidad laboral que le permitiera mejorar las condiciones de su familia cuando el destino le tendió una trampa mortal. Quedó atrapada en la explosión de una pipa de gas en la calzada Zaragoza, un suceso que le provocó quemaduras de extrema gravedad y que cambió para siempre la vida de sus seres queridos.

Desde mi experiencia, he visto cómo en estos momentos de crisis la respuesta de las empresas y las autoridades define todo. Su hermana, Nitzia Díaz, relata con una mezcla de indignación y desesperanza que, hasta ahora, ni la corporación responsable del transporte del combustible ni el gobierno capitalino se han acercado para brindarles apoyo o asumir su responsabilidad. Aunque el equipo del hospital les ha garantizado que cubrirán los gastos médicos, la desconfianza es comprensible; he acompañado a familias que reciben promesas vacías en medio del caos.

En el Hospital Magdalena de las Salinas, del Instituto Mexicano del Seguro Social, les presentaron al equipo de profesionales que estará a cargo de la atención de las víctimas. Nitzia expresa que confía en que su hermana está en buenas manos, pero también sé que la confianza no sustituye la responsabilidad legal y moral que otros evaden.

Las palabras de Nitzia resuenan con un eco familiar para quienes hemos sido testigos de negligencias: “Que se hagan responsables (la empresa). Con dinero no van a pagar lo que le pasó a mi hermana, pero no se vale”. Es una verdad dolorosa: ninguna indemnización económica compensa el trauma físico y emocional, la interrupción de una vida.

Abril es madre de cuatro hijos—uno en preescolar, otro en primaria, una en secundaria y la mayor a punto de entrar a preparatoria. Su historia es la de miles de mujeres que salen cada día a luchar por el futuro de sus familias. Su motivación era clara: encontrar un empleo mejor. La ironía es cruel.

Nitzia compartió, con una honestidad que corta el alma: “En mi caso no necesito nada, nada más un milagro. Creo que es lo que necesitamos todos los que estamos allá. Por momentos tenemos momentos de silencio, pero ya después vienen los recuerdos”. He aprendido que en la adversidad, el silencio no es vacío; está lleno de preguntas sin respuesta y de un dolor que las palabras no alcanzan a describir.

Actualmente, Abril permanece sedada de manera continua. Como he visto en otros casos con quemaduras de alto grado, el dolor es simplemente insoportable. La sedación no es un lujo; es una necesidad médica para protegerla de un sufrimiento que podría ser tanto o más peligroso que las propias heridas.

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