La productividad nacional baila al son de la estadística oficial

El Gran Teatro de la Productividad Nacional

En un alarde de virtuosismo estadístico que haría sonrojar al más creativo de los contadores de cuentos, el Índice Global de Productividad Laboral de la Economía (IGPLE) ha ejecutado su ya tradicional danza de los porcentajes, una coreografía finamente ajustada donde lo que sube por un lado, cae estrepitosamente por el otro, dejando al espectador en un estado de perpetuo asombro y confusión.

El sagrado indicador, venerado oráculo de burócratas y analistas, ha decidido moderar su éxtasis growth en el primer semestre del año, pasando de un exultante 1.49% a un más comedido 1.06%. No se alarmen, ciudadanos. No es una desaceleración, es una “moderación del ritmo de crecimiento”, un eufemismo tan glorioso como decir que un tren descarrilado simplemente “exploró una nueva ruta panorámica”.

El milagro de la multiplicación de los panes y los peces ha sido superado por el milagro de la productividad sectorial. Mientras las actividades terciarias (también conocidas como “el sector donde la mayoría trabaja”) se sumen en un letargo casi catatónico, pasando de un 1.07% a un risible 0.45%, las actividades primarias experimentan un éxtasis sobrenatural, disparándose del 1.91% a un cósmico 7.92%. Alguien, en algún lugar, debe estar cosechando diamantes con las manos desnudas.

El sector industrial, por su parte, también se apuntó a la fiesta con un crecimiento digno de mención, demostrando que la maquinaria de la retórica oficial está bien engrasada. Sin embargo, el hechizo se rompe en el segundo trimestre, donde la productividad general de la economía decide tomarse un descanso y decrece un 0.37%. Los tres grandes sectores, en un raro momento de sincronización, se desploman al unísono en una caída trimestral que los expertos catalogarán como “un ajuste técnico hacia la eficiencia”.

Los augures de México, ¿Cómo Vamos? nos iluminan con su sabiduría: la productividad es “producir más con los mismos recursos”. Una revelación tan profunda como afirmar que el agua moja. Mientras, los oráculos de Estudios Económicos Banamex dictaminan que la productividad se ha “estabilizado en niveles similares a los previos a la pandemia”, un elegante modo de decir que hemos vuelto al punto de estancamiento crónico que nos caracterizaba, pero con mejores gráficos.

Así, en el gran circo de la economía nacional, los malabares con los datos, el trapecio de los porcentajes y los payasos de la retórica nos entretienen mientras la productividad real, esa esquiva criatura, sigue siendo el elefante blanco que todos ven pero del que nadie quiere hablar. Un espectáculo tan absurdo como brillante, donde la única cosa que realmente crece es el abismo entre los números oficiales y la experiencia cotidiana de quienes supuestamente los generan.

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