¿Y si el declive industrial no es un fracaso, sino el síntoma de un modelo agotado pidiendo a gritos una metamorfosis?
Las cifras del Inegi, que registran una contracción del 1.2% en la actividad industrial entre enero y julio, no son solo un número rojo más. Son el eco de un sistema que choca contra sus propios límites. Este retroceso, el primero en un lustro, es la puntilla para un paradigma obsoleto. En lugar de lamentar la caída del 7.8% en la minería, deberíamos preguntarnos: ¿estamos midiendo el progreso con las herramientas del pasado?
La disrupción no llega para reparar lo que se rompe, sino para construir lo que nunca existió. Imagina un ecosistema industrial donde la minería extractiva se transforme en minería de datos y recursos sostenibles. Donde la variación desfavorable en los componentes tradicionales sea el combustible para ensamblar industrias completamente nuevas: la biofabricación, la economía circular avanzada o la impresión 4D de infraestructura.
El verdadero colapso no está en las estadísticas, sino en nuestra incapacidad para leerlas con ojos de inventor. Esta no es una crisis de producción; es una crisis de imaginación. El mundo ya no necesita más de lo mismo. Necesita lo que aún no ha sido nombrado. La pregunta revolucionaria no es cómo recuperamos lo perdido, sino qué estamos dispuestos a crear en el vacío que deja lo que se desmorona.