El grotesco vals burocrático del maíz mexicano

El Grotesco Vals Burocrático del Maíz Mexicano

En un espectáculo que hubiera dejado pálido al mismo Kafka, una legión de productores de maíz, disfrazados de ciudadanos comunes, irrumpió en el santuario del Congreso Internacional Agropecuario para ejecutar la coreografía burocrática anual: el ritual de pedir limosna con dignidad al Leviatán gubernamental.

Foto: El Universal.

Los sumos sacerdotes del cereal, procedentes de cinco estados de la república, presentaron su ofrenda de quejas ante los dioses menores de la Secretaría de Agricultura. Su súplica era simple: que los cinco mil pesos por tonelada –precio que parece calculado con una máquina de restar de la época porfiriana– se transformen por arte de magia presupuestal en siete mil doscientos.

Ricardo Hernández, proclamado portavoz de los condenados a sembrar en el infierno de los costos de producción, declaró con patetismo shakesperiano: “No queremos migajas de programas sociales, oh magnánimos burócratas, queremos el milagro de vender nuestro oro amarillo a un precio que no equivalga a una condena a trabajos forzados”.

La pieza maestra de este sainete fue la exigencia de uniformidad en el sufrimiento: que la miseria se distribuya generosamente de frontera a frontera, sin los mezquinos favoritismos que actualmente limitan el apoyo a meras thirty-five toneladas –cantidad que según los expertos apenas alcanza para alimentar a una familia de hamsters nacionalistas.

Ante la sordera calcificada del secretario federal Julio Berdegué –quien evidentemente tiene audífonos sintonizados exclusivamente con las frecuencias del poder–, los agricultores elevaron su plegaria a través del medium estatal Alfredo Porras, intermediario oficial entre el pueblo y el Olimpo presidencial.

El acto culminó con el ultimátum perfecto: ocho días de gracia antes de que la civilización colapse bajo el avance imparable de tractores enfurecidos tomando las carreteras hacia la capital. Porque en este país de realismo mágico, la única forma de ser escuchado es amenazar con paralizar la nación.

Así funciona el milagro mexicano: donde los alimentadores de la patria deben mendigar precios justos mientras el gobierno distribuye abrazos, no soluciones, en una tragicomedia que Jonathan Swift catalogaría como demasiado exagerada para ser satirizada.

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