La Divina Comedia Telúrica y la Boda del Siglo en Escombros Benditos

En un acto de suprema ironía cósmica, o de marketing celestial de alto impacto, Carmen Chávez y su consorte decidieron intercambiar votos eternos justo el día en que la tierra, por tercera vez en la historia reciente, amenazó con escupir sus cimientos. No era suficiente con conmemorar a los miles de fallecidos; había que añadir un pastel de bodas y arroz a la mezcla de escombros y memoria colectiva. “Queríamos renovar la fecha”, declaró la novia, como si el 19 de septiembre fuese una suscripción a un servicio de streaming y no un recordatorio de tragedia nacional.

Mientras los recién casados se ju-raban amor eterno en la iglesia de San Juan de Dios –un templo que, para variar, también tiene sus propios problemas estructurales–, las autoridades civiles se preparaban para el ritual anual favorito de la capital: el simulacro. Un ejercicio masivo donde millones de ciudadanos practican cómo morir de forma ordenada y protocolaria, mientras los edificios que deberían estar reforzados hace décadas siguen en pie gracias a milagros y a la ley de probabilidades.

La Iglesia, esa institución milenaria experta en resurrecciones, no podía quedarse atrás en este cirio de la conmemoración. No contenta con administrar la fe, se ha erigido en la gran gerente de la reconstrucción nacional. Monseñores y curas, armados con crucifijos y ahora también con niveles láser, se han convertido en intermediarios divinos entre el cielo, la tierra que se abre y la burocracia federal. Han descubierto, ¡oh revelación!, el concepto de “mantenimiento preventivo”. Una idea tan revolucionaria que solo les tomó dos terremotos masivos y miles de templos convertidos en polvo sagrado.

El padre Salvador Barba, nuevo mesías de la ingeniería estructural, se pasea ahora como un superhéroe eclesiástico, recibiendo reportes de grietas desde todos los rincones de la república. Ya no basta con confesar pecados; ahora también hay que confesar que la pared maestra tiene fisuras. Él, solícito, reenvía las plegarias técnicas a los expertos federales, en un milagroso proceso que demuestra que el Reino de los Cielos también tiene su línea directa con la Secretaría de Gobernación.

Más de 3.000 santuarios dañados y casi 4.000 piezas de arte sacro restauradas. Las cifras suenan a triunfo, a gestión divina y terrenal. Pero en la plaza, la iglesia de la Santa Vera Cruz sigue cerrada, como un monumento a la promesa incumplida, mientras la bandera a media asta en la catedral parece saludar no solo a los muertos, sino también a la lenta, pesada e ineficaz maquinaria de la reconstrucción. Porque en este país, hasta las cicatrices necesitan fe para sanar. Y un buen contratista que no cobre por debajo de la mesa.

La lección final, según los expertos celestiales, es no esperar a que la grieta crezca. Una metáfora perfecta no solo para los muros de los templos, sino para todo un sistema que se resquebraja mientras sus líderes, religiosos y políticos, se dedican a bendecir simulacros y a vender la resiliencia como si fuese un souvenir de la tragedia.

Iglesia de México conmemora el 19 de septiembre con memoria, fe y reconstrucción
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