Como quien ha vivido con profunda intensidad la furia de la tierra, hoy se activa un ritual de memoria y prevención. La alerta sísmica resuena, no como un mero recordatorio, sino como un pulso colectivo que recorre los teléfonos celulares de millones en este simulacro del 19 de septiembre. Esta fecha, grabada a fuego en el alma nacional, conmemora los 40 años de la tragedia de 1985 y los ocho del sismo de 2017. He aprendido, tras décadas de cubrir estos eventos, que los números nunca capturan la verdadera magnitud: las 3,192 almas perdidas en el 85 y las 369 en el 2017 son más que cifras; son lecciones dolorosas que nos obligaron a evolucionar.
Los ejercicios de hoy, con sus rescates hipotéticos en Avenida Juárez y Reforma 222, no son un juego. Son el fruto de una dura experiencia acumulada. Se simula un sismo de magnitud 8.1 con epicentro en Lázaro Cárdenas, Michoacán, un escenario que los expertos sabemos es plausible y devastador. El mensaje que llega a los dispositivos –”Este es un mensaje para probar el Sistema Nacional de Alertas…”– representa un salto tecnológico monumental. En mis primeros años, la alerta era una sirena lejana y confusa; hoy es un mensaje directo, simultáneo e inmediato que busca alcanzar a 80 millones de personas.
José Merino, de la Agencia de Transformación Digital, lo explicó con claridad: esto no depende de apps o SMS, sino de un protocolo integrado en la fabricación misma de cada dispositivo. He visto cómo funciona desde dentro: los sensores del CIRES se activan, la señal viaja al C5 y de ahí salta a todas las torres de telefonía. Es un sistema que, en la práctica, puede significar la diferencia entre la vida y la muerte. La verdadera sabiduría en materia de protección civil, me ha enseñado la experiencia, no está solo en recordar el pasado, sino en traducir ese dolor en acciones concretas, eficaces y masivas que salven el futuro.