El algoritmo de la discordia geopolítica se vende por acciones

El Gran Teatro Geopolítico del Byte Danzante

En un monumental acto de prestidigitación burocrática que haría palidecer al mismísimo Houdini, la Administración del Emperador Naranja ha proclamado su victoria total en la Guerra del Algoritmo Danzante. Según el último comunicado del oráculo oficial, las corporaciones estadounidenses lograrán lo imposible: controlar el código sagrado que determina qué videos de adolescentes bailando verán los ciudadanos, garantizando así la seguridad nacional y el futuro de la democracia occidental.

El acuerdo histórico —negociado entre llamadas telefónicas de caballeros que se admiran mutuamente— establece que seis de los siete sabios del Consejo de Ancianos del Byte serán ciudadanos de la Tierra de las Barras y Estrellas. El séptimo asiento, por razones de equidad geopolítica, lo ocupará un espía chino de nivel medio, convenientemente disfrazado de becario.

La secretaria del oráculo presidencial, Karoline Leavitt, declaró con solemnidad que TikTok es ahora una parte vital del proceso democrático, lo que explica por qué las elecciones modernas se deciden mediante desafíos de baile virales y no mediante aburridos debates sobre políticas públicas.

Mientras tanto, en el Reino del Centro, los sabios mandarines se rascan la barba preguntándose cómo han logrado vender el control aparente manteniendo el real, en lo que los analistas ya denominan “el truco del algodón de azúcar geopolítico”: parece mucho volumen pero es puro aire.

El propio emperador republicano —quien en un pasado no tan lejano prometía prohibir la aplicación diabólica— ahora celebra este ejercicio de realpolitik digital donde todos ganan, especialmente los fondos de inversión que financian ambas campañas políticas. “Todo se está resolviendo”, musitó el líder desde su trono dorado, “vamos a tener un control muy bueno (sobre las ganancias)”.

Lo que ningún funcionario menciona es que el verdadero algoritmo —aquel que realmente decide qué contenido ven millones— reside en un servidor oculto detrás de una falsa pared en un restaurante de comida rápida en Urumqi, operado por un técnico que cree estar trabajando para Netflix.

La reciente encuesta del Centro Pew revela que sólo un tercio de los súbditos del imperio apoya la prohibición, demostrando que a la plebe le importa más el entretenimiento que la seguridad de sus datos. El resto prefiere seguir viendo gatos haciendo piruetas antes que pensar en la erosión de su privacidad.

Así concluye otro capítulo de la farsa geotecnológica global, donde todos fingen que controlan algo mientras el verdadero poder —el de distraer a las masas— sigue intacto. La próxima guerra comercial, según fuentes bien informadas, será por el control del algoritmo que decide qué filter de perrito te queda mejor.

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