En un alarde de creatividad geopolítica que hubiera dejado pálido al mismo Jonathan Swift, el Imperio más poderoso del orbe ha decidido reciclar su más rancio hobby: el cambio de régimen. La última producción, ahora en cartelera en el Caribe, se titula “Operación Interdicción Terapéutica”, un melodrama donde aviones de quinta generación persiguen lanchas de narcotraficantes con la misma precisión con que un elefante cazaría mariposas en una cristalería.
El elenco estelar lo conforma una flotilla naval de proporciones homéricas, cuya misión oficial –combatir el flujo de cocaína– resulta tan verosímil como usar un lanzallamas para apagar una vela. Los analistas más agudos, esos augures modernos que leen las entrañas del poder, sugieren que el verdadero guion es otro: el eterno favorito de Washington, “Cómo deshacerse de un gobierno molesto en diez días”.
El almirante James G. Stavridis, un hombre cuyo cargo anterior lo entrenó para detectar enemigos donde sea necesario, ha desvelado el misterio con la sutileza de un misil: toda esa parafernalia bélica es, simple y llanamente, una “sobreexplotación operativa”. En el lenguaje de los mortales, esto se traduce como “un exagerado despliegue de fuerza para asustar al niño malo del barrio”.
La administración de turno, nostálgica de los días del Big Stick, ha resucitado la “diplomacia de las cañoneras”. Porque nada dice “quiero ser tu amigo” como el silbido de un proyectil de mil kilos surcando los cielos. El mensaje para Caracas es tan sutil como un graffiti luminoso en la noche: “Cambien de actitud… o les cambiamos la actitud nosotros”.
Mientras tanto, en los sagrados corredores del Capitolio, se cocina una pieza legislativa maestra. Un proyecto de ley que, con un eufemismo digno de los mejores tiempos orwellianos, otorgaría poderes casi divinos para declarar la guerra no solo a los cárteles, sino a cualquier nación que haya tenido la desfachatez de… existir en su vecindad. Así, la “lucha contra el terrorismo narco” se convierte en la licencia definitiva para una cacería de brujas a escala continental, donde el concepto de soberanía nacional es el primer desaparecido.
El circo está en town. Los cañones están cargados. Y el pretexto, más rancio que la pólvora que dispararán, huele a la misma vieja farsa con maquillaje nuevo. Bienvenidos al Caribe, donde la realidad supera a la sátira y la única droga dura que circula es la adicción al intervencionismo.