México: El mismo truco con distinto sombrero

“En México no hay alternancia: hay rotación de máscaras en la misma lucha libre del poder, y el público paga la taquilla cada seis años.”

Cada sexenio nos cuentan la misma fábula, como si el país fuera un niño que todavía cree en Santa Claus. Cambian el logo, el color y la canción de campaña, pero la historia se repite con la misma puntualidad que el informe presidencial.

En los 70’s, nos prometieron desarrollo compartido. Lo que compartimos fue la deuda y la inflación que nos dejó como piñata en feria. El gobierno jugaba a ser papá proveedor, pero terminó siendo padrastro que se gastaba la quincena en el bar.

En los 80’s, la “renovación moral” fue el eslogan que sonaba bonito mientras el país se hundía en crisis, con el petróleo cayendo y la corrupción subiendo. México era como ese compadre que se justifica: “ando en quiebra, pero es culpa de la mala suerte, no de que me lo gasté en puro vicio”.

En los 90’s, con la modernidad neoliberal nos vendieron la ilusión de ser “primer mundo”: entraron las televisoras, los celulares y los tratados comerciales. Pero en las colonias seguía el mismo retrato: escuelas cayéndose, hospitales sin medicinas, calles sin luz. La modernidad fue satelital: la podías ver en la antena parabólica, pero no en la alacena de la casa.

Llegó el 2000, “el cambio”. Y vaya que cambió… de partido, no de vicios. El dedazo ya no lo firmaba un dinosaurio, ahora lo santificaba un panista con la Biblia en la mano. La guerra contra el narco dejó más muertos que la Revolución y más miedo que la influenza.

En la última década, el nuevo discurso se vistió de pueblo, justicia y soberanía. Pero el libreto sigue igual: obras faraónicas a medias, medicinas que desaparecen como si fueran truco de mago, y programas sociales que parecen más piñatas electorales que políticas públicas.

El patrón es evidente: cada generación de políticos nos vende la idea de que ahora sí “todo cambiará”, pero lo único que cambia es el narrador. El fondo sigue siendo el mismo: el poder es negocio, y el pueblo, clientela.

La pregunta no es qué nos ha hecho el gobierno durante décadas —eso ya lo sabemos—, sino qué tanto lo hemos permitido. Porque aplaudimos cada función como público cautivo, gritamos “¡bravo!” al telón pintado de patria, aunque tras bambalinas se sigan repartiendo el pastel.

¿Es el gobierno el que repite la trampa… o somos nosotros quienes seguimos comprando el boleto para ver la misma función?

Columna elaborado por : La sombra desde la banqueta

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