Lemus ofrece una disculpa de Estado a víctimas de desaparición

En mi larga trayectoria observando la relación entre el poder y la ciudadanía, he aprendido que las disculpas públicas son momentos críticos. No se trata solo de palabras, sino de gestos que pueden sanar o profundizar heridas. La reciente intervención del Gobernador Pablo Lemus me recordó una lección clave que viví hace años: la verdadera empatía requiere ceder el protagonismo.

A poco más de un mes de la primera disculpa ofrecida por la Fiscalía de Jalisco a las víctimas de desaparición forzada, el propio mandatario estatal asumió la responsabilidad con un acto más profundo. He visto muchos de estos eventos, y lo que distinguió a este fue el esfuerzo tangible por mostrar una conexión genuina con los familiares de las personas desaparecidas. En lugar de un monólogo, procuró crear un espacio donde los afectados pudieron expresarse, recibiendo su tiempo y atención plena. Esa es una práctica que, desde mi experiencia, marca la diferencia entre un acto protocolario y un verdadero punto de inflexión.

“Venimos a ofrecer una disculpa pública y sincera por las omisiones, por la falta de respuesta eficaz, por la injusticia que desde hace quince años ha marcado su vida y la de muchas familias más”, declaró el Gobernador en el Palacio de Gobierno. He comprobado que el reconocimiento específico de los errores, como la negligencia institucional, es más poderoso que las generalidades. Al mencionar “omisiones” y “falta de respuesta”, se toca la raíz del problema, algo que los colectivos llevan años denunciando.

“A nombre del Gobierno del Estado de Jalisco y de la Fiscalía del Estado, reconozco la responsabilidad institucional por las violaciones a los derechos humanos cometidas por acción y por omisión. Lo digo con todas sus letras”. Esta afirmación es crucial. En mi trabajo, he aprendido que admitir la “responsabilidad institucional” de manera explícita es el primer paso insustituible para cualquier proceso de reparación. Sin este reconocimiento, cualquier medida posterior se percibe como insincera.

“Sé que ninguna disculpa borra el enorme dolor ni tampoco devuelve el tiempo, pero sí puede abrir un nuevo camino. Esta disculpa no es un punto final, sino el punto de partida para reafirmar nuestro compromiso con los colectivos”. Esta reflexión resume una sabiduría que se gana con los años: una disculpa no es el cierre de un capítulo, sino la base para una nueva forma de relacionarse. El verdadero desafío, que he visto fracasar y triunfar en otros contextos, será honrar ese “compromiso” con acciones concretas y sostenidas en el tiempo. La credibilidad se construye día a día, mucho después de que terminen los discursos.

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