En el gran circo de las pasiones nacionales, donde el balón sustituye al pan y la hazaña deportiva opaca cualquier noticia de relevancia estatal, se prepara una nueva función del eterno drama capitalino. Bajo el titánico reflector de un estadio que parece templo laico, dos congregaciones de fieles se disponen a librar una batalla cuyas consecuencias, según los augurios de los sumos sacerdotes de la televisión, determinarán el curso moral de la nación.
Por un lado, las Águilas del América, recién humilladas en el Santo Grial del Clásico Nacional, se erguían cual Fénix moderno tras su empate en la catedral del neoliberalismo deportivo, el estadio BBVA. Su mesías, el estratega André Jardine, había logrado el milagro de rescatar un punto de las fauces del monstruo industrial regio, demostrando una vez más que en este país la redención es tan rápida como el olvido.
Frente a ellos, los felinos académicos de la UNAM, esos nobles felinos que antaño cazaban títulos con la ferocidad de quien defiende una tesis doctoral, hoy deambulan por el desierto del Apertura 2025 con la dignidad herida. Su último tropiezo ante los bravos fronterizos de Juárez no era una simple derrota, sino una alegoría perfecta de la decadencia intelectual: la máxima casa de estudios siendo superada por la lógica implacable del pragmatismo norteño.
Lo que se anuncia como el encuentro número 152 en Liga MX (y 177 contando esos amistosos internacionales donde las rivalidades se suspenden tan convenientemente como las convicciones políticas) representa mucho más que un partido. Es el ritual donde las masas proyectan sus frustraciones existenciales, donde ganar significa, por una semana, tener razón en la discusión familiar y perder equivale a una pequeña muerte civil.
Mientras los azulcremas buscan lavar su honor mancillado ante las Chivas —ese otro acto de la comedia nacional—, los universitarios pretenden demostrar que el conocimiento y la tradición aún pueden vencer al poderío económico. Una lucha quijotesca donde los molinos de viento tienen forma de marca global y donde la gloria de 2011 parece tan lejana como la época en que un título universitario garantizaba movilidad social.
El gran espectáculo será transmitido en horario estelar por los canales oficiales del pensamiento único deportivo, convenientemente programado para distraer de cualquier reflexión inconveniente durante el fin de semana. A las 21:05 horas del sábado, México entero se dividirá una vez más entre el azulcrema y el auriazul, demostrando que mientras existan estos opiáceos modernos, el pueblo nunca necesitará panem et circenses reales.