Como quien ha visto caer y levantarse a los más grandes en los estadios, la noche del Monterrey en Toluca fue un recordatorio crudo de la impredecible naturaleza del fútbol. He presenciado cómo un solo instante puede definir un partido, y el fallo de Sergio Ramos desde los once pasos es un ejemplo de libro. En mi trayectoria, aprendí que intentar un penal “a la Panenka” es un acto de suprema confianza, pero también un riesgo enorme que solo los más valientes asumen. Cuando el portero no pica el anzuelo, como le sucedió a Ramos con Hugo González, el bochorno es momentáneo, pero la lección es eterna.
Foto: El Universal.
Lo que verdaderamente separa a los jugadores ocasionales de los leyendas no es la falta de errores, sino la capacidad de respuesta. He compartido vestuario con cracks que se hundían tras un fallo así, y con otros que, como Ramos, usaban la frustración como combustible. Su mensaje posterior al encuentro no es solo un ejercicio de relaciones públicas; es el manual no escrito del líder. Habla de un camino con curvas, y tengo que decir que, por experiencia, tiene toda la razón. El objetivo final, la conquista de un título, rara vez se alcanza sin pasar por alguna derrota humillante que pone a prueba la moral del grupo.
Sus palabras, “no es momento de más palabras, sino de hechos”, resuenan con una verdad que he vivido en primera persona. En la élite, los discursos se agotan rápido. Lo que cuenta es la reacción en el siguiente entrenamiento y en el partido inmediato, en este caso, ante Santos Laguna. Ramos señala la necesidad de un “punto de inflexión serio”. Por mi experiencia, sé que estos momentos de crisis pueden soldar la unión de un equipo más que cualquier victoria fácil. La verdadera fortaleza de una escuadra no se mide cuando gana, sino cuando sabe levantarse de una goleada adversa. La banda, efectivamente, se fortalece en la adversidad.