El arte como motor de resiliencia tras el huracán María

¿Qué sucede cuando en lugar de reconstruir solo carreteras, invertimos en la imaginación de una nación? Lin-Manuel Miranda no solo recaudó 22 millones de dólares para los afectados por el huracán María en 2017, sino que ejecutó un experimento social audaz: demostrar que la cultura es la infraestructura crítica que perdura cuando todo lo demás colapsa.

Los beneficiarios Marena Pérez y Aureo Andino representan la vanguardia de este renacimiento a través del Fondo de Artes Flamboyán. Este capital semilla, cultivado principalmente durante la temporada puertorriqueña de Hamilton, no es caridad: es una declaración de que la creatividad es tan vital como la electricidad en tiempos de crisis.

La odisea de estos creadores—refugiándose en su estudio de ballet durante tres meses, durmiendo en sofás cama y dependiendo de un generador—no es una anécdota de supervivencia, sino un manifiesto tácito sobre la resistencia humana. Su estudio se convirtió en un santuario donde el arte era tanto oxígeno como sustento.

Miranda desafió el paradigma convencional de la ayuda humanitaria al declarar: “Los artistas quedan fuera de la conversación. Puerto Rico ha exportado tantos artistas brillantes al mundo. Queríamos asegurarnos de que no fueran olvidados”. Esta visión reconceptualiza al artista no como un lujo, sino como arquitecto de la memoria colectiva.

La empatía como tecnología disruptiva

“El arte da esperanza a la gente. Creo que es nuestro mejor vehículo para la empatía con nuestros semejantes. Es nuestro mejor medio de escape cuando el mundo es demasiado”, reflexionó Miranda. En esta filosofía, la expresión creativa se convierte en tecnología social—un sistema operativo alternativo cuando fallan las estructuras convencionales.

Este enfoque contrasta radicalmente con la propuesta del Presidente Donald Trump de eliminar el National Endowment for the Arts, el National Endowment for the Humanities y el Institute of Museum and Library Services. Mientras unos ven la cultura como gasto prescindible, Miranda la conceptualiza como el sistema circulatorio de la identidad nacional.

El Consejo de Humanidades de Puerto Rico experimentó esta contradicción cuando su subvención operativa general de 2025 fue reducida a más de la mitad. En este ecosistema de desinversión, la iniciativa Flamboyán emerge como un acto de insurgencia cultural.

La tesis es contundente: Puerto Rico produce entre sus principales commodities de exportación el talento disruptivo de figuras como Miranda o Bad Bunny. El disco “DeBÍ TiRAR MáS FOToS” del artista urbano no es solo entretenimiento—es una cartografía sonora que celebra su tierra mientras diagnostica sus contradicciones.

La admiración de Lin-Manuel por el trabajo de Bad Bunny—”Creo que es brillante. Es muy raro escuchar un álbum y pensar: ‘Oh, esto es un clásico instantáneo'”—revela una simbiosis generacional. Mientras Miranda revitaliza la cultura desde la filantropía estructurada, Bad Bunny lo hace desde la penetración masiva, convergiendo en un mismo propósito: demostrar que el arte no es adorno, sino andamio de la resiliencia nacional.

Esta narrativa trasciende la noticia para convertirse en caso de estudio: cuando el huracán arrasó la infraestructura física, la respuesta más visionaria fue fortalecer la infraestructura imaginativa. El verdadero legado no son los millones donados, sino el precedente establecido—que en el siglo XXI, la soberanía cultural puede ser la forma más sofisticada de reconstrucción nacional.

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