La coreografía de la indignación en el teatro europeo

La coreografía de la indignación en el teatro europeo

Decenas de miles marchan en Roma, Barcelona y Madrid contra la campaña militar de Israel en Gaza

BARCELONA.- El continente que perfeccionó el arte del colonialismo y dos guerras mundiales ha descubierto un nuevo pasatiempo nacional: la indignación de fin de semana. Este sábado, decenas de miles de ciudadanos italianos y españoles abandonaron sus cafés y terrazas para participar en el ritual contemporáneo de protestar contra una guerra lejana, en lo que solo puede describirse como una orgía de autocomplacencia moral con banderas palestinas.

Las manifestaciones, meticulosamente coreografiadas durante semanas, alcanzaron su climax cuando la policía de Roma —siempre moderada en sus estimaciones— declaró la asistencia de 250.000 almas, mientras los organizadores —eternos optimistas— proclamaron el millón redondo. La aritmética de la protesta, como la de los presupuestos gubernamentales, parece ser una ciencia creativa.

En un espectáculo que Jonathan Swift hubiera admirado por su perfecta absurdidad, los manifestantes corearon consignas contra las FDI mientras paseaban junto al Coliseo —monumento a un imperio que conocía algo sobre violencia— y ondeaban banderas palestinas en avenidas cuyos bancos invierten en la industria armamentística que alimenta el conflicto.

El legislador Riccardo Magi, desde la seguridad de la multitud, criticó a la primera ministra Giorgia Meloni por su “victimismo obsceno”, en lo que constituye el primer caso registrado de un político acusando a otro de victimismo. La ironía, como de costumbre, pasó desapercibida.

Mientras tanto, en Barcelona —ciudad que sueña con independizarse de España mientras apoya la autodeterminación palestina— las familias completas desfilaron por el Paseo de Gracia con camisetas de protesta recién compradas y carteles que proclamaban “Gaza me duele”. El dolor, al parecer, es compatible con selfies y pausas para café.

María Jesús Parra, de 63 años, viajó una hora para unirse al espectáculo y preguntarse retóricamente: “¿Cómo es posible que estemos presenciando un genocidio en vivo después de lo que nosotros experimentamos en la década de 1940?”. La señora Parra, como muchos europeos, parece haber descubierto que la historia se repite, excepto cuando se trata de examinar la complicidad propia en los conflictos actuales.

El verdadero genio de este teatro callejero reside en su perfecta inutilidad. Como reconoció tácitamente uno de los párrafos originales: “Aunque es probable que las protestas no influyan en el gobierno israelí…” —subestimación del año— los manifestantes esperan “inspirar otras movilizaciones”. La movilización, por lo visto, se ha convertido en un fin en sí mismo, un ritual catártico que nos permite dormir mejor después de haber “hecho algo” por la paz mundial.

En el gran cirso de la geopolítica contemporánea, las protestas callejeras se han convertido en el equivalente moderno de las indulgencias medievales: pagamos con nuestra presencia para limpiar la conciencia, mientras el mundo sigue ardiendo. Y así, entre selfies y consignas, Europa demuestra una vez más su talento especial para convertir hasta las tragedias más horrendas en espectáculos de virtud señalizada.

Vista aérea de la manifestación

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