El gran canje de chatarra sagrada por monedas de la ilusión
En un acto de realismo mágico burocrático que haría palidecer a García Márquez, la sacerdotisa mayor del reino, Rosa Icela Rodríguez, proclamó ante el pueblo incrédulo el milagroso hallazgo de 6.420 varitas mágicas de la muerte recolectadas en su peregrinar por los pantanos de la nación. La Santa Cruzada del Metal Inofensivo, bendecida por los altos mandos castrenses y ungida con agua bendita eclesiástica, promete redimir almas perdidas a cambio de unas monedas.
El sacramento del trueque absurdo se celebra con la solemnidad de una misa pagana: los ciudadanos depositan sus instrumentos de la ira en el altar del arrepentimiento, recibiendo a cambio el indulgencia temporal en billetes. Mientras, en las sombras, los mercaderes de la violencia se ríen ante este teatrito que pretende combatir hidras de mil cabezas con tiritas morales.
Las cifras del gran circo pacifista revelan una colección de curiosidades: 1.967 palos de fuego largos, 3.809 amenazas de bolsillo y 644 huevos de dragón dormidos. Pero la genialidad suprema reside en el exorcismo lúdico: 5.821 juguetes diabólicos transformados en instrumentos de adoctrinamiento feliz. Porque nada desactiva una balacera como quitarle el rifle de plástico a un infante.
El cortejo burocrático ha desfilado por Tlaquepaque y Guadalupe como modernos Mesías llevando la buena nueva del desarme místico. Próxima parada: Apodaca, donde seguramente convertirán las armas en arados que nunca sembrarán nada.
La máquina de hacer números bonitos ha producido estadísticas celestiales: 2.485.000 almas tocadas por la varita burocrática, 3.795.000 atenciones divinas y 1.863 jóvenes iluminados incorporados al ejército de la esperanza futura. Mientras, el Tianguis del Bienestar reparte 1.659.000 artículos nuevos y 105 toneladas de bienes confiscados como si fueran las migajas del banquete de los poderosos.
La gran lección de esta ópera bufa gubernamental queda resumida en la perla retórica final: “Nada detiene una nación cuando es su pueblo quien la sostiene”. Ironía suprema cuando ese mismo pueblo debe vender sus armas para sobrevivir otro día más en este paraíso tropical de contradicciones.