El Gran Circo Democrático declara la guerra a su propio reflejo

En un giro cósmico de proporciones borgeanas, la Sacrosanta Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (Copppal), tras 46 años de una existencia tan discreta como el aroma de un funcionario honesto, ha declarado la guerra universal contra un enemigo invisible: su propio reflejo en el espejo de la historia.

Su Gran Maestre, Alejandro “Alito” Moreno Cárdenas, desde su trono de palabras huecas, proclamó con solemnidad bufonesca que la organización combatirá el “ascenso de los autoritarismos”, una amenaza tan novedosa y sorprendente como encontrar corrupción en un ministerio. Según el oráculo, estos regímenes devoran el estado de derecho como si fueran canapés en una recepción diplomática, pulverizan la división de poderes con la delicadeza de un ariete y convierten la libertad de expresión en un bien de lujo, disponible solo para quien cante las cuarenta y dos estrofas del himno oficial.

El augur de la Copppal, con una perspicacia digna de quien descubre el agua mojada, reveló que estos gobiernos populistas representan una amenaza existencial para el sistema de partidos. ¡Vaya revelación! Es como si un club exclusivo de cazadores se quejara de que los lobos están devorando a las ovejas, omitiendo mencionar que ellos mismos vendieron los colmillos y alquilan los pastizales. La construcción de un régimen de partido único con órganos electorales domesticados, afirmó, es una práctica abominable… excepto, claro está, cuando se realiza con el sello de calidad de la partidocracia tradicional.

“¡No permitiremos que la lucha de nuestros santos fundadores sea en vano!”, exclamó el pontífice, invocando los fantasmas de una veintena de próceres cuyos nombres suenan tan genuinos como un billete de tres dólares. La ironía, esa dama descarada, se regodea al ver a la burocracia partidista internacional vestirse con las ropas raídas de la resistencia, como si un tiburón denunciara la crueldad de los peces más pequeños.

En un alarde de originalidad retórica, el sumo sacerdote concluyó su homilía ratificando el compromiso inquebrantable de su orden con la democracia, la paz, la integración y, por supuesto, con la lucha contra las armas de destrucción masiva. Una noble causa, sin duda, para una organización cuya arma más letal es su capacidad para producir comunicados tan profundos como un charco y tan efectivos como un paraguas de papel en un huracán. El Gran Circo Democrático sigue en funciones, y los payasos, como siempre, son los que llevan el traje de gala.

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