La Fiesta de la F1 Regresa a la Capital
El ambiente en el Autódromo Hermanos Rodríguez es único, una verdadera celebración que he atestiguado a lo largo de los años. Aunque la parrilla de salida se sentirá extraña sin el habitual color rojo de Sergio “Checo” Pérez, la experiencia me dice que en el automovilismo los finales suelen ser nuevos comienzos. La posibilidad de verlo en las gradas, como un aficionado más pero con el aura de un ídolo, sería un momento profundamente simbólico para la afición.
Desde mi perspectiva, las negociaciones en este deporte son un baile constante. Federico González Compeán, el director general del evento, confirmó lo que muchos sospechábamos: se mantienen conversaciones con su nueva escudería, Cadillac. He aprendido que en estas transiciones, la logística es clave, y la voluntad de ambas partes es evidente. Que la directiva de su nuevo equipo haya mencionado la posibilidad como factible no es un detalle menor; es un indicio esperanzador.
Compeán lo expresó con la claridad de quien conoce el valor de un ícono: “Nos encantaría que ‘Checo’ estuviera aquí… Él siempre tiene su lugar apartado, y nos encantaría festejar con Sergio su regreso a la Fórmula Uno”. Esta frase resume una lección que he visto repetirse: más allá de los contratos y las obligaciones, el vínculo emocional con los pilotos y su tierra natal perdura. Su espacio reservado no es solo un asiento; es un reconocimiento a una década de representación y esfuerzo.
Este anuncio se dio en un marco significativo: la inducción de nuevas leyendas al Muro de Honor. Estos actos me recuerdan que el deporte motor es una cadena de legados. Ver a Tomás López Rocha y Gustavo del Campo ser honrados, mientras se siembra la expectativa del regreso de Checo, nos muestra que la historia del automovilismo mexicano se sigue escribiendo, capítulo a capítulo, con cada curva que se toma y cada meta que se cruza.