La carne mexicana peregrina por el mundo en busca de salvación
CIUDAD DE MÉXICO. En un giro digno de los más exquisitos tratados de absurdología económica, la sagrada industria cárnica nacional, tras ser repudiada por su principal amante carnal —Estados Unidos— a causa de un insignificante gusano barrenador, ha iniciado una peregrinación quasi-religiosa hacia los exóticos confines de Asia y los petrodólares árabes. La Asociación Nacional de Establecimientos Tipo Inspección Federal (ANETIF), en un comunicado que bien podría ser el guion de una ópera bufa, anunció esta epopeya comercial con la solemnidad de quien descubre un nuevo continente.
El sumo pontífice de dicho organismo, Alonso Fernández Flores, profetizó con un optimismo que raya en lo místico que, “al reanudarse los acuerdos comerciales con Europa y atendiendo mercados asiáticos, se diversificarán las exportaciones”. Es decir, la estrategia consiste en vender la misma vaca, pero a más personas. Una revelación que, sin duda, hubiera dejado boquiabierto al mismo Adam Smith.
Para ilustrar esta nueva ruta de la seda cárnica, desgranó un catecismo de cifras que sonrieron a los periodistas: “Japón es el principal comprador con 142 mil 524 toneladas, Corea del Sur con 13 mil 754 toneladas y Canadá con 12 mil 333 toneladas”. Luego, con un guiño a la diplomacia gastronómica global, añadió que la certificación halal actúa como llave maestra para abrir las puertas de los mercados de mayoría musulmana. No mencionó si también consideran una certificación “superhalal” para los clientes más exigentes.
El colmo de esta sátira se alcanzó durante la presentación de la séptima Cumbre de la Industria Alimentaria TIF, cuyo lema este año es un dechado de modernidad: “Sostenibilidad e Inteligencia artificial: claves para el futuro de la industria cárnica”. Una visión donde, presumiblemente, las vacas serán rastreadas por blockchain y los filetes se cocinarán con algoritmos, mientras un gusano paraliza el comercio con el vecino del norte. La contradicción entre la alta tecnología y un parásito ancestral es tan gloriosa que casi pasa desapercibida.
Para darle un barniz numérico a esta quimera, Fernández Flores esgrimió los sagrados volúmenes del mercado: “El mercado mundial de la carne de res kosher se valoró en 93 mil millones de dólares y el mercado global de carne halal en 253.9 mil millones de dólares en 2024“. Cifras tan astronómicas que sugieren que el verdadero producto de exportación no es la proteína animal, sino la fe de los consumidores.
Mientras se proclama a los cuatro vientos que “México se mantiene como un exportador relevante” y se celebra la exportación de más de 351 mil toneladas en el primer semestre de 2025, los datos del Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA) revelan la joya de la corona en este teatro de lo absurdo: las exportaciones totales de carne disminuyeron un 6% en volumen. En un acto de prestidigitación económica digna de estudio, el país exporta menos carne pero, al mismo tiempo, importa un 8.7% más en volumen. Es la materialización del sueño alquímico: convertir la carne nacional en divisas lejanas, para luego comprar carne extranjera con ellas. Un ciclo virtuoso de autofagia comercial que haría palidecer de envidia a cualquier gusano barrenador.












