El calor extremo y sus riesgos ocultos en el embarazo

Una amenaza silenciosa que he visto crecer

A lo largo de mi carrera, he sido testigo de cómo un factor ambiental a menudo subestimado, el calor extremo, se ha convertido en una amenaza cada vez más grave para la gestación. Los profesionales de la salud sabemos desde hace décadas que las altas temperaturas sobrecargan el corazón, los riñones y otros órganos vitales. Sin embargo, estos peligros se intensifican de manera significativa en las personas embarazadas, ya que los mecanismos naturales de regulación térmica del organismo se alteran para mantener la frescura.

Este es un problema exacerbado por la crisis del cambio climático, impulsado por la combustión de fuentes de energía fósil como la gasolina y el carbón. La mayor frecuencia de las olas de calor, las temperaturas elevadas que persisten durante la noche y el constante establecimiento de nuevos récords climáticos implican una exposición prolongada para las gestantes, un desafío particularmente abrumador en las naciones en desarrollo donde he colaborado en misiones médicas.

Los efectos del calor en la gestación: más allá de la incomodidad

La gestación dificulta intrínsecamente la gestión del calor. El embarazo provoca transformaciones fisiológicas de múltiples maneras, lo que puede obstaculizar y hacer más ardua la disipación del calor corporal.

Recuerdo a una paciente que me decía: “Doctor, siento que mi propio cuerpo es un horno”. Esto tiene una base científica sólida. “Algo evidente es que las embarazadas presentan una protuberancia abdominal, dependiendo de su etapa de gestación, y ese es un cambio en la relación superficie-volumen”, explicó en una conferencia la Dra. Anna Bershteyn, profesora asociada de la Facultad de Medicina Grossman de la Universidad de Nueva York y directora del Proyecto HEATWAVE, una iniciativa destinada a mejorar la investigación sobre la prevención de muertes por calor extremo.

El calor se libera del cuerpo a través de la dermis, por lo que, cuando el abdomen aumenta de tamaño, el calor debe recorrer una distancia mayor para escapar. A medida que avanza la gestación, el organismo quema más calorías en reposo, lo que genera un calor metabólico interno adicional. El corazón, que ya puede verse exigido por el calor extremo, debe realizar un esfuerzo aún mayor. Y las personas embarazadas también requieren una mayor ingesta de líquidos para mantenerse hidratadas, por lo que podrían deshidratarse con mayor facilidad, según la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos. He visto casos de deshidratación severa que podrían haberse prevenido con una simple botella de agua a mano.

Una de las formas en que el cuerpo se enfría es desviando el torrente sanguíneo hacia la piel y alejándolo de los órganos centrales, razón por la cual la piel de una persona puede enrojecerse con el calor. Investigaciones recientes indican que la reducción del flujo sanguíneo a la placenta puede afectar el desarrollo del feto, un dato crucial que cambia la forma en que debemos aconsejar a nuestras pacientes.

En el caso de las gestantes que manipulan agentes potentes como los pesticidas, el incremento del flujo sanguíneo también puede elevar la absorción de estas sustancias químicas, explicó el Dr. Chris Holstege, jefe de la división de toxicología médica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Virginia. Es un riesgo compuesto que a menudo pasa desapercibido.

Los riesgos profundos que enfrentan las embarazadas

La evidencia científica comienza a demostrar que la exposición al calor extremo —incluso en los meses previos a la concepción— puede afectar un futuro embarazo, expuso Cara Schulte, investigadora de la Universidad de California, Berkeley, y la organización sin fines de lucro Climate Rights International, que estudia la salud materna y el calor. Esto nos obliga a ampliar nuestra perspectiva preventiva.

Durante la gestación, incluso una exposición breve a temperaturas elevadas puede incrementar el riesgo de complicaciones graves para la salud materna, como los trastornos hipertensivos del embarazo, según la EPA. Esto incluye la preeclampsia, una afección que puede ser mortal tanto para la madre como para el bebé, y cuya relación con el estrés por calor estamos empezando a comprender en toda su magnitud.

El calor también puede exacerbar la ansiedad, la depresión y los sentimientos de aislamiento. Y una vez que nace el bebé, “todos estos problemas se ven agravados por la dificultad que tienen las mujeres en el posparto para cuidar a sus hijos en el calor”, dijo Schulte. He acompañado a madres en esta situación, y el apoyo psicosocial es tan vital como el físico.

A medida que crecen, los niños expuestos a calor extremo en el útero pueden tener un mayor riesgo de enfrentar problemas de desarrollo a lo largo de su vida, potencialmente relacionados con adversidades como haber nacido de forma prematura o con bajo peso, añadió Schulte. Las consecuencias, por tanto, trascienden el periodo de gestación.

“Esto es algo muy poco estudiado”, destacó Bershteyn, y agregó que gran parte de lo que damos por sentado proviene de estudios que reclutan a atletas, soldados o jóvenes en óptima condición física. “No ha habido el mismo nivel de compromiso en la investigación sobre la salud femenina”. Esta es, quizás, la lección más importante: necesitamos con urgencia dedicar más recursos y atención a comprender cómo afecta el entorno a la salud de la mujer, especialmente en una etapa tan vulnerable como el embarazo.

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