Manuel Lapuente forjó la era dorada del Club Puebla

El Estratega que Tejió la Identidad de un Club

En mis años siguiendo de cerca el fútbol mexicano, he comprobado que pocas figuras logran encarnar el espíritu de una institución como lo hizo Manuel Lapuente con el Club Puebla. No se trataba simplemente de un técnico con un pizarra; era el alma de un proyecto que supo convertir la pasión local en una potencia nacional. Recuerdo vívidamente cómo, en la década de los 80, su nombre se pronunciaba con un respeto que trascendía las rivalidades, un reconocimiento que solo se gana con resultados y, sobre todo, con un estilo de juego inconfundible.

La Transformación de un Club: De la Teoría a la Gloria

Su llegada al banquillo en 1978 no fue un cambio cualquiera; fue el inicio de una revolución táctica y anímica. He aprendido que los grandes proyectos no se construyen de la noche a la mañana, y Lapuente es el ejemplo perfecto. Trabajó con una generación de futbolistas a los que les inculcó una mentalidad ganadora. Esa paciencia y trabajo meticuloso culminaron en los campeonatos de liga de 1982-83 y 1989-90. Verlo alzar esos trofeos en el Estadio Cuauhtémoc no era solo la celebración de un título; era la coronación de una filosofía de juego que privilegiaba el carácter y la entrega.

Pero su legado va más allá de dos estrellas. En la práctica, un verdadero campeón se mide por su capacidad para ganar en todos los frentes. Lapuente lo demostró al conquistar la Copa México, el Campeón de Campeones y, de manera estelar, la Concachampions en 1991. Este último título, en particular, le dio una proyección internacional a La Franja que pocos equipos mexicanos de la época podían ostentar. Fue una lección de que la grandeza no conoce límites.

La Base de Todo Gran Líder: La Experiencia en el Terreno de Juego

Algo que a menudo se pasa por alto en el análisis moderno es la importancia de que un director técnico haya sido jugador. Manolo no llegó al banquillo como un teórico. Entre 1970 y 1974, él mismo vistió la camiseta del equipo poblano. Esa experiencia en el campo le otorgó una credibilidad instantánea con sus dirigidos. Comprendía sus dudas, sus presiones y su fatiga. Esta conexión visceral con el jugador es, en mi experiencia, un ingrediente que ninguna táctica avanzada puede reemplazar. Fue un poblano dirigiendo a los suyos, y esa autenticidad se transmitía en cada alineación y en cada decisión dentro del rectángulo verde.

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