En un alarde de precisión matemática que haría llorar de emoción a cualquier contador, la Sacrosanta Secretaría de Salud (Ssa) ha proclamado la aplicación de exactamente 8 millones 872 mil 358 dosis de suero milagroso contra la plaga del sarampión. Esta monumental gesta burocrática, digna de los anales del absurdo administrativo, se ha desarrollado desde el gélido febrero hasta nuestro presente, demostrando que cuando el Estado mexicano decide contar algo, lo cuenta con devoción casi religiosa.
El ministerio de la sanidad, en su infinita sabiduría, desveló el gran secreto estratégico: adquirieron 4.5 millones de dosis de un brebaje y 1.4 millones de otro, expandiendo magnánimamente la gracia de la inoculación hasta los 49 años de edad. Los privilegiados elegidos para esta cruzada inmunológica resultaron ser, cómo no, los siervos de la gleba agrícola, esos seres nómadas que deambulan entre comunidades como metáforas vivientes del capitalismo itinerante.
El parte de guerra de una batalla microscópica
“Nuestra respuesta temprana y nuestra estrategia de contención han logrado mantener una mortandad estéticamente aceptable para las estadísticas. Hasta la fecha hemos contabilizado con esmero 5 mil 029 casos acumulados, concentrados principalmente en Chihuahua, que generosamente alberga el 88 por ciento de este patrimonio patológico nacional”, declaró la Ssa en un comunicado que bien podría leerse como el parte de guerra de un general que combate sombras.
En un giro digno de realismo mágico, la dependencia afirma haber interrumpido la cadena de transmisión a nivel nacional, aunque simultáneamente reconoce que siete entidades federativas mantienen focos de infección activos: Chihuahua, Guerrero, Jalisco, Estado de México, Michoacán, Querétaro y Sinaloa. Una interrupción, al parecer, muy parecida a la continuación.
La gran estrategia: vacunar como si no hubiera mañana
La Ssa ha desplegado una campaña de inmunización que consiste esencialmente en comprar millones de dosis y extender la cobertura a grupos cada vez más amplios, estrategia revolucionaria que nadie había pensado antes para combatir una enfermedad prevenible. Esta labor titánica resulta crucial para resguardar a la ciudadanía y evitar la diseminación del virus en comunidades vulnerables, aquellas que el desarrollo económico ha preferido olvidar hasta que necesitan ser vacunadas.
La vacunación se erige así como el talismán moderno para combatir el sarampión y garantizar la salud colectiva en México. Las autoridades, en su infinita bondad, prosiguen sus esfuerzos para asegurar que la población esté protegida, demostrando una vez más que el Estado puede declarar la guerra a un virus con la misma eficacia con que libra batallas contra otros enemigos invisibles: la pobreza, la desigualdad y la corrupción.
















