Cuba, la mayor de las Antillas, se encuentra una vez más en la trayectoria de la furia de la naturaleza. El huracán Melissa, uno de los ciclones atlánticos más intensos de la historia reciente, se acerca a la isla tras haber causado daños catastróficos en Jamaica. Las autoridades cubanas han mantenido las alertas de manera constante, advirtiendo a la población sobre los peligros inminentes: lluvias torrenciales, inundaciones repentinas, deslizamientos de tierra y vientos con fuerza destructiva.
El presidente Miguel Díaz-Canel se dirigió a la nación para prepararla para lo que denominó una “noche muy difícil”, anticipando el impacto directo del meteoro en la madrugada del miércoles. La magnitud de la preparación es significativa. Según informó el propio mandatario en sus redes sociales, más de 735.000 personas habían sido evacuadas de manera preventiva ante la llegada del ciclón.
Esta respuesta masiva contrasta con la experiencia en Jamaica, donde las autoridades reportaron una menor afluencia a los refugios gubernamentales en comparación con las expectativas. En Cuba, particularmente en zonas rurales bajas y extremadamente vulnerables a las inundaciones, como Valle de Caujerí, Hatibonico y San Antonio del Sur, la evacuación ha sido casi total, demostrando una cultura de protección civil profundamente arraigada tras décadas de enfrentar estos fenómenos. El este del país es la región que se lleva la peor parte. Los registros meteorológicos ya dan cuenta de la intensidad del evento.
La estación de Contramaestre, en la provincia de Santiago de Cuba, registró 127 milímetros de lluvia en las primeras horas. Los pronósticos son aún más preocupantes, ya que se espera que esta zona oriental reciba acumulados de hasta 508 milímetros de lluvia, que pueden alcanzar los 635 milímetros en las áreas montañosas. Los meteorólogos han alertado que estas precipitaciones podrían desencadenar inundaciones catastróficas. A esto se suma la amenaza de una marejada ciclónica potencialmente mortal, con una subida anormal del nivel del mar de hasta 3,6 metros, impulsada por los vientos del huracán que empujan el agua hacia la costa. Esta crisis climática ocurre en un contexto de extrema vulnerabilidad para la infraestructura nacional.
El huracán amenaza con colapsar los sistemas esenciales de una nación que ya lucha contra una profunda crisis económica. La red eléctrica, particularmente frágil, es un punto crítico. Los cortes de energía son frecuentes en la isla, incluso en condiciones meteorológicas normales. La empresa estatal, Unión Eléctrica, reportó que los apagones ya habían comenzado la mañana del martes, antes de que el ojo del huracán llegara a tierra. Para la tarde, tres provincias del oriente —Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo— se encontraban ya sin suministro eléctrico, una situación que complica enormemente las labores de respuesta y comunicación.
La Bahía de Guantánamo, que alberga una base naval estadounidense, también se encontraba en la trayectoria del fenómeno meteorológico. Como medida de precaución, el ejército de los Estados Unidos organizó una operación de evacuación, contratando cuatro vuelos chárter y desplegando un avión de carga C-17 que trasladó a aproximadamente mil personas a Florida, algunas con sus mascotas. Se informó que alrededor de tres mil residentes optaron por permanecer en la instalación.
Aunque Melissa no impactará a Cuba con la misma fuerza con la que azotó a Jamaica, donde tocó tierra como un huracán de categoría 5, su potencia sigue siendo muy peligrosa. Tras debilitarse ligeramente al cruzar la isla vecina, el ciclón recuperó fuerza en su avance hacia aguas cubanas, manteniendo vientos sostenidos de 209 kilómetros por hora.
La combinación de esta fuerza meteorológica, una infraestructura debilitada y el impacto socioeconómico preexistente configura un escenario de enorme complejidad para la isla, que una vez más demuestra su resiliencia frente a la adversidad climática.















