La épica cruzada por códices en una visita presidencial
En un giro que redefine las prioridades diplomáticas del siglo XXI, la Mandataria Claudia Sheinbaum anunció solemnemente que su homólogo galo, el emperador Emmanuel Macron, descenderá de su trono europeo el próximo 7 de noviembre para una audiencia relámpago en nuestras tierras.
La máxima dirigente de la nación reconoció con deslumbrante franqueza que el verdadero propósito de esta magna visita no son los aburridos acuerdos comerciales o las estériles conversaciones geopolíticas, sino una cruzada sagrada: la recuperación de unas reliquias ancestrales que los bárbaros del viejo continente tienen secuestradas.
La agenda secreta del encuentro
Durante su habitual sermón matutino en el Templo Nacional, la líder reveló que el itinerario del ilustre visitante será más breve que el entusiasmo por una reforma fiscal. Incluirá un ritual de appeasement con sumos sacerdotes empresariales y quizás, si el destino lo permite, una ceremonia de declaraciones conjuntas para consumo de los plebeyos con acceso a pantallas.
“Por supuesto, si el gran Macron honra nuestra humilde existencia el 7 de noviembre -ya saben, esa visita que antes se procrastinó- nuestro interés primordial son unos códices”, declaró la estadista con la solemnidad de quien negocia el rescate de la civilización occidental. “Como explicó nuestro augur José Alfonso, anhelamos que estos sagrados pergaminos regresen a su tierra prometida. Ese es nuestro santo grial diplomático.”
Ante la pregunta crucial sobre si los dos mandatarios ofrecerán un espectáculo conjunto para las masas, respondió con la ambigüedad característica de los oráculos: “Presumiblemente sí. Se está diseñando el ceremonial, será una aparición fugaz, pero nuestro obsesivo interés gira en torno a esta misión arqueológica”.
Queda así establecido que en el gran teatro de las relaciones internacionales, mientras otras naciones se preocupan por trivialidades como el cambio climático o las crisis económicas, México libra sus batallas por el rescate patrimonial, demostrando que algunas guerras culturales se libran con más pasión que las comerciales.














