El asesinato de un alcalde y el teatro de la seguridad nacional

El asesinato de un alcalde y el teatro de la seguridad nacional

En la siempre bulliciosa y surrealista CIUDAD DE MÉXICO, el Gran Mago de la Seguridad Pública y Protección Ciudadana, el honorable Omar García Harfuch, anunció con solemnidad casi litúrgica que, en el asunto del asesinato del alcalde de Uruapan, no se descarta ninguna línea de investigación. ¡Vaya novedad! Es como si un capitán de barco, tras el naufragio, anunciara que no se descarta que el agua esté mojada. El lugar de alojamiento del agresor ha sido “ubicado”, un eufemismo burocrático que significa que saben dónde estuvo, pero quizás ya no está, en un juego del gato y el ratón donde el gato siempre parece estar de vacaciones.

El Gran Teatro de la Investigación

En un espectáculo digno de los mejores dramaturgos, el Mago Harfuch explicó que todo se basa en los videos del orwelliano C5. Mientras, sus acólitos realizan entrevistas a los testigos y suplican videos a los comercios, como mendigando pruebas para un crimen que ocurrió a plena luz del día, custodiado por el mismísimo Estado. Una coreografía impecable de actividad que ocupa titulares y calma (momentáneamente) a la plebe.

La joya de la corona de este sainete fue la revelación de que el difunto edil contaba, desde diciembre, con un reforzamiento adicional de su protección. Su seguridad, nos aseguran, estaba en las expertas manos de policías municipales y de la todopoderosa Guardia Nacional, consistente en un batallón de 14 elementos y dos vehículos oficiales. Una escolta tan imponente que, al parecer, resultó tan efectiva como un paraguas de papel en un huracán. Uno se pregunta si los custodios estaban allí para protegerlo o simplemente para ser testigos privilegiados del magnicidio.

El Coro de las Promesas Vacías

Para cerrar con broche de oro este drama nacional, el Sumo Sacerdote de la seguridad soltó el mantra oficial por excelencia: “no habrá impunidad“. ¡Llegaremos hasta las últimas consecuencias!, gritó a los cuatro vientos, prometiendo que todos los responsables serán detenidos. Es la misma letanía, el mismo conjuro mágico que se repite después de cada tragedia, con la esperanza de que, si se dice con la suficiente convicción, la gente olvidará que la última “última consecuencia” quedó perdida en el laberinto de la burocracia y los pactos no escritos. Es el eterno retorno de la farsa, donde la justicia es la gran ausente, pero el discurso siempre llega a tiempo.

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