Una Crisis que Clama por un Cambio de Paradigma
Las cifras oficiales de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC) revelan una realidad escalofriante: 1,553 personas perdieron la vida de forma violenta durante octubre, un promedio de 50 víctimas diarias. Aunque se cataloga como el mes menos letal de 2025, esta estadística no debe normalizarse ni celebrarse. El verdadero desafío reside en desmontar la arquitectura de la violencia, no solo en contabilizar sus consecuencias.
En promedio, cuatro asesinatos diarios se registraron en Sinaloa el mes pasado.
Sinaloa: El Espejismo de los Porcentajes en un Campo de Batalla
Mientras el panorama nacional muestra una ligera disminución, Sinaloa experimenta una contradicción alarmante. La entidad registró 127 homicidios, lo que supone un aumento del 20% respecto a septiembre. Este repunte, vinculado al conflicto entre facciones delictivas, evidencia que la contención es temporal y la raíz del conflicto permanece intacta. ¿Qué pasaría si, en lugar de perseguir síntomas, redirigiéramos esos recursos monumentales hacia la regeneración del tejido social y la creación de alternativas económicas legítimas?
El Mapa del Dolor: Geografía de la Violencia Homicida
La cartografía del crimen en octubre sitúa a Guanajuato (147), Sinaloa (127), Chihuahua (120), Estado de México (120) y Michoacán (101) como los territorios más afectados. El asesinato del empresario Bernardo Bravo Manríquez en Michoacán no es un hecho aislado; es el síntoma de un ecosistema de extorsión que estrangula la economía lícita. La visita de altos mandos de seguridad tras este crimen es reactiva. La verdadera disrupción estaría en construir sistemas de prevención tan sofisticados y proactivos como las mismas redes delictivas que intentamos desmantelar.
La pregunta no es cómo reducir un 5% las cifras del próximo mes, sino cómo podemos reimaginar por completo la seguridad ciudadana. La solución no yace únicamente en más armamento, sino en más oportunidades, en una justicia expedita y en una inteligencia colectiva que convierta a las comunidades en fortalezas de resiliencia, no en campos de batalla.
				
															
								
															
















