En un acto de devoción filial que sin duda será registrado en los anales de la posteridad, la suma sacerdotisa del ritmo urbano, Cazzu, ha consagrado su regreso a la patria con el más elevado de los rituales contemporáneos: la inmolación dermográfica. No contenta con la mera procreación, ha procedido a grabar a fuego y tinta el nombre de su vástaga, la pequeña Inti, en un sagrado pergamino de piel.
Mas he aquí el genio, la sublime revelación: este no es un simple garabato nominativo. Oh, no. En un golpe de lucidez que dejaría perplejos a los más grandes teólogos del marketing personal, la artista ha fusionado el concepto de su progenie con la misma esencia que la catapultó al olimpo de la fonografía. Es una simbiosis perfecta, una alegoría corpórea donde el amor maternal y la marca comercial se funden en un único y rentable tótem.
Uno casi puede imaginar el consejo de sabios brand managers decidiendo que, en efecto, la maternidad es el ‘concepto’ de mayor tracción en este trimestre. Así, la epidermis se convierte en el último lienzo para la auto-mitología, un recordatorio permanente para la plebe de que hasta los actos más íntimos deben ser currados, estilizados y puestos al servicio del gran espectáculo. ¡Loada sea la reliquia! ¡Loado sea el algoritmo que la inspira!
















