En un giro copernicano que hubiera dejado perplejos a los filósofos estoicos, la conciencia moral de la nación mexicana ha encontrado su barómetro definitivo: la disposición a desembolsar monedas adicionales por ovoproductos de gallinas emancipadas. Lo que antaño fue territorio de revoluciones políticas y reivindicaciones sociales hoy se libra en el campo de batalla del supermercado, donde la ilustrada burguesía redime sus pecados capitalistas mediante el consumo ritual de cáscaras sagradas.
Detrás de este prodigioso fenómeno no se esconde, nos aseguran los sumos sacerdotes de Humane World for Animals, ninguna frívola moda pasajera, sino el advenimiento de una iluminación colectiva sin precedentes. La organización, que libra una cruzada global contra el encierro opresor de las aves, ha descubierto que la salvación del alma humana pasa inevitablemente por la liberación de las cloacas de las ponedoras.
El evangelio según la gallina liberada
En lo que bien podría ser un capítulo perdido de “Los Viajes de Gulliver”, la portavoz de esta nueva inquisición animalista, Arianna Torres, desgrana el dogma fundamental: el precio elevado no constituye un lujo, sino la externalización contable del sufrimiento avícola. “No es que paguen más, es que antes pagaban menos porque las gallinas absorbían el costo con su martirio”, proclama esta revolucionaria de la contabilidad avícola, revelando que la libertad cuesta exactamente entre 10 y 15 gramos adicionales de alpiste.
En este nuevo orden moral, el nivel educativo se correlaciona directamente con la capacidad de detectar el dolor en la yema. Los ilustrados, armados con maestrías y doctorados, escrutan el origen de los productos con el fervor de los alquimistas medievales, convencidos de que el acto de compra se ha transformado en el nuevo voto político, el nuevo rezo, la nueva revolución.
La santificación de la cadena de suministro
El gran capital, siempre ágil para monetizar la culpa burguesa, ha comenzado su peregrinación hacia los ovoproductos redimidos. Supermercados y restaurantes compiten ahora en una carrera por demostrar su pureza avícola, estableciendo calendarios de transición que recuerdan a los caminos de santidad medievales, con auditorías que hacen las veces de confesiones públicas y casos de éxito que funcionan como milagros contemporáneos.
La organización evangelizadora no se conforma con la conversión espontánea: exige etiquetados dogmáticos que establezcan con precisión teológica el estado de gracia de cada gallina. El objetivo último es crear una suerte de index pecatorum avícola donde el consumidor pueda distinguir inmediatamente entre la pecadora enjaulada, la penitente de libre pastoreo y la santa orgánica.
La gran hipocresía del alpiste
La transición hacia esta utopía ornitológica, naturalmente, requiere de subsidios, capacitación y complicidad estatal. Porque la conciencia, al parecer, también necesita financiamiento. Los profetas de este movimiento aseguran que la tendencia es irreversible, pues los mexicanos habrían descubierto finalmente que el bienestar animal es bienestar humano, en una ecuación mística donde la salvación personal se compra por docena.
Así construimos, nos dicen, un país más consciente. Mientras, en algún lugar entre la jaula y el gallinero libre, las gallinas siguen poniendo huevos, ajenas por completo a que se han convertido en el último instrumento de redención para una clase media que encontró en el supermercado su nueva catedral.















