La satisfacción de un proceso y la lección de las caídas
Más allá del resultado inmediato en el Infierno de Toluca, puedo decir con la tranquilidad que da la experiencia que el trabajo del América en esta fase regular ha sido sólido. He aprendido, a lo largo de los años, que no se puede juzgar una temporada por un puñado de partidos, sino por la evolución y la capacidad de respuesta del grupo.
Las Águilas llegan a esta última jornada con la posibilidad de luchar por el liderato, un mérito indudable. Sin embargo, cualquier estratega con recorrido sabe, en su fuero interno, que el torneo de verdad, el que separa a los buenos equipos de los campeones, está a punto de comenzar. La fase regular sienta las bases, pero la Liguilla es un universo aparte.
La inevitable caída de rendimiento: una lección de humildad
Jardine señaló con acierto un punto crítico: “Creo que hicimos un buen torneo, tal vez hasta este último parón de Fecha FIFA donde tuvimos una caída de rendimiento en general con las lesiones”. Aquí reside una verdad universal del fútbol de alto nivel. Recuerdo una temporada, hace ya algunos años, donde un equipo imbatible hasta octubre se desmoronó tras una ventana de partidos de la selección. Las lesiones y la fatiga acumulada son un enemigo silencioso que no perdona.
Sus palabras, “tocaron partidos que parecen fáciles, pero no hay partidos fáciles”, deberían estar enmarcadas en el vestuario de cualquier club. La arrogancia ante un rival aparentemente inferior ha sido la tumba de muchos equipos talentosos. Perdimos puntos que, en frío, parecen imperdonables, pero en la práctica, son el precio de un aprendizaje invaluable. Como él mismo apunta, ningún conjunto, por poderoso que sea, está exento de estos tropiezos. La clave no es evitarlos por completo, sino saber gestionarlos y no permitir que se conviertan en una crisis de confianza.
El momento de la verdad: cuando el margen de error es cero
Con el boleto a la Liguilla asegurado, la mentalidad debe cambiar radicalmente. Jardine lo tiene claro: “Desde que asumí en América entiendo el torneo que jugamos para cuando llegue el momento decisivo, ahí el entrenador no puede fallar con sus ideas”. Esta es, quizás, la lección más crucial que he interiorizado. En la fase regular, puedes experimentar, ajustar y hasta equivocarte. En la liguilla, cada decisión táctica, cada sustitución, cada palabra en la conferencia de prensa, está bajo un microscopio. La presión se multiplica exponencialmente.
Ahí es donde se forja el legado de un director técnico. No se gana con teorías brillantes en una pizarra, sino con la capacidad de transmitir serenidad, de tomar la decisión correcta bajo una presión insoportable y de que el equipo sea un reflejo fiel de tus convicciones en el terreno de juego. El América se enfrenta ahora a su examen final. La fase regular fue el temario estudiado; la Liguilla es el día de la prueba. Y, como bien dice Jardine, en ese momento decisivo, el entrenador no puede fallar.













