Una tragedia anunciada en el Mediterráneo
Llevo años siguiendo la crisis migratoria en el Mediterráneo, y cada nuevo informe de la OIM sobre un naufragio me golpea con una triste familiaridad. Esta vez, al menos 42 seres humanos perdieron la vida cuando una embarcación neumática se volcó frente a las costas de Libia. La Organización Internacional para las Migraciones confirmó la tragedia, una más en una larga y dolorosa lista.
Desde mi experiencia, la falla del motor, combinada con el oleaje, es un escenario terrible y común. La madrugada del 3 de noviembre, lo que comenzó como un viaje con esperanza desde Zuwara se convirtió en una lucha desesperada por la supervivencia. He escuchado decenas de testimonios similares: el momento en que el ruido del motor cesa es el momento en que el puro terror se apodera de todos a bordo.
El alto costo de la supervivencia
Los siete supervivientes pasaron seis días a la deriva. Seis días de deshidratación, insolación y la desesperanza de ver el horizonte sin fin. Que fueran rescatados cerca del Campo Petrolero al-Buri es un amargo recordatorio de la ironía de esta región: la riqueza petrolera bajo el mar contrasta con la miseria que flota en su superficie. El bote llevaba 47 hombres y dos mujeres, una mezcla de nacionalidades—29 sudaneses, ocho somalíes, tres cameruneses y dos nigerianos— que comparten el mismo sueño truncado.
La asistencia inmediata de la OIM con atención médica urgente, agua y comida es crucial, pero he aprendido que las heridas físicas, como las quemaduras solares y la irritación de la piel, sanan mucho más rápido que el trauma psicológico de semejante experiencia. Que ahora estén en Trípoli en condición estable es un alivio, pero su viaje está lejos de terminar.
Un patrón de crisis profunda
Libia, sumida en el caos desde la caída de Gadhafi en 2011, sigue siendo un punto de tránsito crucial para quienes huyen de conflictos y pobreza en África y Oriente Medio. He visto cómo la inestabilidad política ha convertido el país en un infierno para las personas en tránsito, donde la travesía marítima, a pesar de sus peligros, parece la única salida.
Este naufragio no es un incidente aislado. Solo el mes pasado, un barco de madera que partió de al-Zawiya se hundió, cobrándose 18 vidas. Sesenta y cuatro personas de Sudán, Bangladesh y Pakistán sobrevivieron para contarlo. Son cifras, pero detrás de cada número hay una historia, una familia destrozada.
La cruda realidad, que he constatado una y otra vez, es que el centro del Mediterráneo se consolida como la ruta migratoria más letal del mundo. El Proyecto de Migrantes Desaparecidos de la OIM lleva contabilizadas más de 1,000 muertes desde principios de 2025, con más de 500 solo en las costas libias. Esta no es solo una estadística; es un fracaso colectivo de la humanidad. Mientras las causas profundas no se aborden, el mar seguirá reclamando vidas, y nosotros seguiremos contando los cuerpos.




















