El Virtuoso Arte de la Transacción Patriótica
En un sublime ejercicio de ingeniería democrática, la Fiscalía General de la Nación ha tenido la osadía de calificar de “delito” lo que cualquier observador avezado reconocería de inmediato como una sofisticada técnica de consolidación legislativa. Dos eminentes exministros del gobierno del Cambio Histórico, los señores Ricardo Bonilla y Luis Fernando Velasco, se enfrentan ahora a la mezquina acusación de haber orquestado una red para canalizar fondos estatales a cambio de apoyo parlamentario. ¡Qué visión más corta! Ellos simplemente practicaban el antiguo y noble arte de la simbiosis política, asegurando que los proyectos bandera del gobierno no murieran de inanición en el desierto de la oposición.
“Cumplí cabalmente con mis funciones”, declaró el señor Bonilla, con la serenidad de un filósofo estoico frente a la incomprensión del vulgo. Y, sin duda, tenía razón. ¿Acaso no es función de un ministro de Hacienda garantizar la fluidez del erario público? Y si esa fluidez debe, por necesidad geométrica, pasar por los bolsillos de algunos congresistas hambrientos para lubricar el mecanismo de la voluntad popular (expresada en votos), ¿no se trata acaso de una inversión social de alto rendimiento?
La Maquinaria del Bien Común
La fiscalía, en su celo burocrático, alega que estos próceres “lideraron, promovieron y dirigieron una organización criminal“. ¡Falacia! Lo que dirigían era un comité de emergencia legislativa. Con la reforma pensional y la reforma a la salud pendientes de un hilo, ¿iban a dejar que la voluntad del pueblo, expresada en las urnas, se frustrara por la terquedad de unos cuantos representantes? Los más de setenta proyectos direccionados (de los cuales, con admirable eficiencia, solo siete se concretaron) no eran sobornos, sino incentivos al diálogo. Una forma de traducir el complejo lenguaje ideológico al universal dialecto de la comisión.
El propio presidente Gustavo Petro, en un gesto de conmovedora lealtad, pidió la renuncia a Bonilla no por culpable, sino por mártir, argumentando que la extrema derecha quería “despedazarlo”. He aquí la verdadera tragedia: el sistema devora a sus mejores hijos por el pecado de ser demasiado eficaces. El exdirector de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), otra víctima de esta cacería, no gestionaba riesgos de desastres naturales, sino el riesgo político de que el gobierno no tuviera mayorías. Labor titánica y, al parecer, mal agradecida.
Epílogo de una Revolución Administrativa
Así, el proyecto ético que prometía barrer con los “hígados podridos” del establecimiento descubre, para su sorpresa, que la anatomía del poder es sorprendentemente similar en todos los organismos. La detención domiciliaria que solicita la fiscalía es, en el fondo, un reconocimiento tácito: incluso en arresto, estos estadistas merecen el confort del hogar, pues su crimen no fue de avaricia, sino de un exceso de zelo revolucionario.
El presidente pidió perdón, un adorno retórico que siempre queda bien en los discursos. Negó que se compraran congresistas, por supuesto. En el glosario de la nueva política, no hubo “compra”, sino una “alianza estratégica financieramente incentivada“. Una vez más, la cruda realidad se empeña en manchar con los tonos grises de la corrupción lo que no es más que el eterno y pintoresco ballet de la gobernanza en su estado más puro y, debemos admitirlo, genuinamente nacional.

















