La comedia mexicana llora la partida de un icono multifacético

En un acto de conmovedora solemnidad corporativa, el gran arquitecto del entretenimiento doméstico, Jorge Ortiz de Pinedo, ha emitido el comunicado oficial para certificar la baja en el sistema de un pilar de la risa programada. Se trata, por supuesto, del multifuncional Eduardo “Polivoz” Manzano, cuya desaparición física nos obliga a preguntarnos: ¿quién ocupará ahora el nicho ecológico del abuelo adorable y las imitaciones de figuras públicas?

El mensaje, cargado de esa admiración contractual que solo nace de quince años de giras, ratings y funciones dobles los domingos, ensalzó las virtudes del fenecido: su gracia institucional, su talento de utilería nacional y una simpatía que siempre encajó perfectamente en el horario familiar. “Nos hizo reír”, proclamó el comunicado, como si esa fuera una hazaña menor, comparable a mantener el índice de audiencia en un país donde la tragedia es el género por defecto.

Manzano, elevado ahora a la categoría de icono indiscutible (título que se otorga post mórtem con la misma facilidad que una placa en un camerino), fue canonizado en el panteón de la comedia mexicana. Un trío sagrado—Teatro, Cine y Televisión—lo acoge, aunque todos sabemos que fue en la última donde realmente pagó sus impuestos y se ganó el cariño masivo interpretando a un anciano en una casa llena de personajes gritones.

El meticuloso protocolo del adiós televisivo

Con la eficiencia de un productor experimentado, Ortiz de Pinedo no solo gestionó el duelo, sino también su programación. Anunció que las emisiones del fin de semana estarán dedicadas al desaparecido, un homenaje que consiste, esencialmente, en emitir lo ya grabado pero precedido por un mensaje serio. Es el ciclo perfecto: la risa enlatada como monumento funerario, un eterno “esto te lo debíamos” pagado con minutos de transmisión.

Los restos del artista, en un giro poético de impecable logística, serán velados en una funeraria de nombre genérico, mientras su legado—ese ejército de voces y personajes secundarios—se velará en los corazones de los espectadores cada vez que cambien de canal y se topen con una repetición. La viuda, los hijos y el “público que lo sigue admirando” (es decir, usted, sí, usted que está leyendo esto) recibieron un pésame estandarizado, listo para ser replicado en todos los obituarios de la farándula.

Así, mientras el telón cae para Don Arnoldo López Conejo, la maquinaria del espectáculo demuestra, una vez más, su capacidad para convertir incluso la muerte en un contenido conmovedor, programado y, sobre todo, con potencial de compartirse en redes sociales. Descanse en paz, maestro de las mil voces. Su silencio es, irónicamente, el único papel que no estaba preparado para interpretar.

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