Un jurado estadounidense condena a empresario por sobornos en Pemex

En un giro que sorprenderá a exactamente nadie con un conocimiento superficial de los últimos cien años de la industria petrolera nacional, la justicia de un país vecino ha tenido que hacer el trabajo pesado. El Departamento de Justicia de los Estados Unidos, en un arrebato de celo moral que raya en lo colonial, anunció la condena de un empresario mexicano por el delito de hacer negocios con Petróleos Mexicanos de la manera tradicional, es decir, mediante el graso lubricante del soborno.

Según el comunicado oficial, Alexandro Rovirosa, un visionario de la ética flexible, “orquestó un plan” para ofrecer modestas muestras de aprecio —meros 150,000 dólares en efectivo, artículos de lujo y otras baratijas— a al menos tres funcionarios de la sagrada institución de Pemex y su subsidiaria PEP. Su objetivo, tan mezquino como genial, no era otro que el de cualquier emprendedor: retener contratos y asegurar pagos. Una práctica que, en ciertos círculos, se conoce coloquialmente como “hacer negocios”, pero que los puritanos del norte insisten en llamar “corrupción”.

El fiscal Matthew R. Galeotti declaró, con una solemnidad digna de mejor causa, que este tipo de acciones “socava la competencia leal”. Una afirmación conmovedora, que presume la existencia de tal competencia en los pasillos donde se asignan los contratos de la joya de la corona energética. El mensaje es claro: los esquemas de corrupción no serán tolerados… siempre y cuando se planifiquen desde suelo estadounidense. La virtud, al parecer, es un asunto de jurisdicción.

La evidencia reveló la audaz operación, desarrollada entre 2019 y 2021, en la que Rovirosa y sus cómplices lograron que los funcionarios, demostrando una flexibilidad moral encomiable, “tomaran ciertas medidas”. Gracias a este meticuloso trabajo de relaciones públicas y economía del regalo, las empresas del condenado obtuvieron contratos por la friolera de 2.5 millones de dólares. Una rentabilidad que haría llorar de envidia a cualquier inversor que confíe sólo en la calidad de su trabajo.

Así, mientras la maquinaria de la justicia norteamericana se engrasa a sí misma con el aceite de un escándalo mexicano, queda una lección para la historia: a veces, la mano invisible del mercado necesita que la otra mano, bien visible, entregue un fajo de billetes bajo la mesa. El sueño de cualquier neoliberal, llevado a su lógica y grotesca conclusión.

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