En un acto de sorpresa equiparable a la salida del sol por el este, el sagrado círculo de la Jefa Suprema ha realizado otro movimiento en el tablero de la simulación democrática. La ciudadana Esthela Damián Peralta, una devota de la causa desde tiempos inmemoriales (o al menos desde 2018), ha sido ungida con el cargo de Consejera Jurídica del Ejecutivo, en una ceremonia donde el mérito fue la fidelidad inquebrantable y la experiencia, el arte de seguir órdenes.
El currículum de la lealtad inquebrantable
¿Quién es esta elegida? Preguntan los ingenuos. Es la encarnación del principio de circulación de élites, versión tropical: una abogada cuyo principal logro profesional ha sido orbitar con precisión milimétrica alrededor del sol del poder. Primero como secretaria particular en la corte de la Ciudad de México, un rol que consiste en saber qué se piensa antes de que se piense. Luego, en un arrebato de compasión burocrática, dirigió el DIF capitalino, donde aprendió que los derechos de la infancia son un maravilloso tema para discursos. Finalmente, fue puesta al frente de la Prevención de las Violencias</strong, un oxímoron perfecto para prepararse en el arte de la defensa legal del régimen.
El mecanismo perfecto del relevo perpetuo
El sistema, en su infinita sabiduría, opera con la elegancia de un reloj suizo. La anterior fiscal general abandona su trono en la Consejería para ocupar otro trono más grande. El hueco de poder, naturalmente, no puede ser llenado por un ciudadano común, sino por otra ficha de la misma partida de ajedrez donde todos los peones son, milagrosamente, alfiles o torres. Se llama consolidación de equipos, un eufemismo encantador para designar la práctica ancestral de repartir prebendas entre los fieles, asegurando que el control de las áreas clave nunca escape de las manos que ya las sostienen.
La farsa de la renovación en el teatro del poder
Así, el gobierno federal se renueva sin renovarse, se mueve sin cambiar de sitio. Cada nombramiento estratégico es un sermón sobre la importancia de la confianza y la trayectoria compartida, términos mágicos que traducen: “aquí no entra nadie que no haya demostrado saber a qué altar rezar”. Se preparan para los desafíos electorales futuros con la misma receta probada: cercar el poder con un muro de rostros conocidos, donde la crítica es una herejía y la lealtad, la única moneda de cambio. El mensaje es claro y tranquilizador para la casta: el ciclo de la influencia sigue girando, siempre sobre el mismo eje. El pueblo, como extra en esta obra, puede seguir aplaudiendo o, en su defecto, cambiando el canal.
















