En mis años de experiencia siguiendo de cerca la lucha contra el narcotráfico, he aprendido que los decomisos más significativos a menudo surgen de la meticulosidad en lo aparentemente rutinario. Así ocurrió recientemente en el recinto portuario de Veracruz, donde elementos de la Secretaría de Marina-Armada de México, en un trabajo conjunto con la Aduana Marítima, lograron asegurar un cargamento de 96 kilogramos de N, N-dimetiltriptamina (DMT), uno de los psicotrópicos más potentes que existen.
El arte del camuflaje y la importancia de la intuición entrenada
La operación es un manual de caso sobre cómo actúan las redes de tráfico y cómo se les contrarresta. Los traficantes declararon la mercancía como “mimosa cortada seca“, un nombre botánico técnico que, en teoría, podría pasar desapercibido. He visto infinidad de intentos similares: desde madera tratada con cocaína hasta frutas inyectadas con metanfetaminas. La lección aquí es clara: la documentación puede ser impecable, pero el instinto de un oficial experimentado, respaldado por protocolos estrictos, es insustituible. No fue una “inspección de rutina” cualquiera; fue la aplicación disciplinada de un conocimiento acumulado que detectó la anomalía en lo ordinario.
Más allá del peso: la peligrosidad de la sustancia asegurada
Al realizar los análisis de laboratorio, se confirmó la presencia del potente alcaloide psicodélico. El DMT no es una droga callejera común; pertenece a la familia de las triptaminas y produce experiencias alucinógenas de una intensidad abrumadora. En la práctica, su control es crucial porque representa un nicho de mercado de alto valor y profundo impacto en la salud pública. Su inclusión en la Lista I del Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971 no es un tecnicismo: es una clasificación que refleja su alto potencial de abuso y nulo valor médico aceptado, algo que quienes estamos en el campo comprendemos tras ver sus consecuencias.
La cadena de valor de la inteligencia: lo que sigue al decomiso
Un error común es pensar que la historia termina con el hallazgo. La verdadera labor comienza después. El material fue puesto a disposición de las autoridades competentes para integrar la carpeta de investigación. Este paso es fundamental y, desde mi perspectiva, tan importante como el decomiso mismo. Cada hilo de evidencia—embalaje, logística, documentación falsa—es una pista para desarticular la red detrás del cargamento. He aprendido que un decomiso sin una investigación profunda es una victoria a medias; el objetivo final debe ser siempre alcanzar a los cerebros de la operación, no solo interceptar su producto.
Operaciones como esta en Veracruz refuerzan una máxima en seguridad nacional: la coordinación interinstitucional y la especialización continua son la piedra angular para cerrar los múltiples frentes que explota el crimen organizado. Es un recordatorio de que, aunque los métodos de los traficantes evolucionan, la perseverancia y el profesionalismo de las fuerzas del orden siguen siendo la barrera más efectiva.














