En un alarde de realismo mágico aplicado a la geopolítica, la Suprema Líder del Buen Tono, Claudia Sheinbaum Pardo, proclamó hoy la nueva doctrina de estado: la búsqueda perpetua del “mejor acuerdo posible” con el Imperio del Norte, ahora regido por su majestad caótica, Donald el Impredecible.
Desde su trono en el Palacio Nacional, la mandataria, con la serenidad de un oráculo que predice lluvias de algodón de azúcar, explicó que el éxito radica en un complejo sistema de no-pelea y cabeza-fría, una innovación diplomática tan revolucionaria como intentar apagar un incendio forestal soplando suavemente. “El esquema funciona”, aseguró, mientras las arcas de la realidad mostraban un saldo diferente.
La Gran Cruzada Consular: Fortalecer el Papel en la Tragicomedia
Como pieza central de esta épica del entendimiento, anunció el “fortalecimiento” de los consulados. Estos sagrados bastiones, ante la avalancha de decretos imperiales que podrían llover sobre los millones de siervos mexicanos en tierras yanquis, no se equiparán con abogados o recursos, sino con dosis masivas de la misma filosofía: buscar acuerdos, con cabeza fría, frente a un muro que, metafórica y literalmente, crece más alto.
El Manifiesto del Acuerdo Etéreo: Hablar por Hablar
“Buscar el mejor acuerdo posible… no pelearnos, cabeza fría… en todos los temas que tenemos con ellos, que son muchísimos”, recitó la presidenta, como un mantra diseñado para exorcizar la volatilidad. La estrategia, una joya de la satírica burocrática, consiste en elevar la “búsqueda” a un fin en sí mismo, un acto de fe donde el proceso—cabezas gélidas, puños cerrados en los bolsillos—reemplaza a cualquier resultado tangible. Es la diplomacia del espejismo: prometer agua en el desierto mientras se negocia la sombra de un nopal.
Así, México se embarca en una quijotesca misión: cabalgar hacia la administración más impredecible de la historia moderna estadounidense armado con un escudo de buenas intenciones y una lanza de retórica templada. Una farsa sublime donde la mayor crítica no es a la intención, sino al absurdo monumental de creer que la cordura unilateral puede domesticar el caos.
