En un alarde de filantropía lingüística que hubiera enrojecido de envidia al mismísimo Swift, la Máxima Conductora del Verbo Oficial proclamó, en el día consagrado a celebrar el desarraigo, que la patria se escribe con “M” de Migrante, de Mártir y, sobre todo, de Magnífica Estadística. Los proletarios globales, aquellos seres que cruzan fronteras persiguiendo el espejismo de una vida mejor, fueron ascendidos por decreto retórico a la categoría de heroínas y héroes de la patria, un título tan conmovedor como intangible, que se otorga gratuitamente antes o después de su repatriación eficientemente gestionada.
“Nunca criminalizaremos al migrante”, declaró la mandataria, trazando una línea moral en la arena mientras, en un sublime ejercicio de schadenfreude administrativo, su secretaria detallaba la meticulosa logística de 145,537 devoluciones heroicas. La estrategia “México te abraza” se reveló así no como un gesto afectivo, sino como un protocolo quirúrgico: un abrazo que, tras un breve apretón en uno de los nueve centros de procesamiento humanitario, conduce directamente al transporte terrestre o aéreo de regreso al origen. ¡Qué prodigio de ingeniería social! Se ofrece la alternativa gloriosa de un empleo precario aquí o un billete de vuelta a casa, todo sazonado con una tarjeta de débito y una llamada telefónica gratuita.
El comisionado migratorio, sin perder un ápice de solemnidad, anunció el programa “Heroínas y Héroes Paisanos Invierno 2025“, una suerte de festival invernal donde la atracción principal es la recepción de 20,000 almas por una sola frontera. Mientras, el canciller en funciones explicaba cómo un sorteo benéfico —esa lotería moderna donde la esperanza paga los platos rotos del sistema— había recaudado millones para financiar la defensa legal de los mismos héroes que el sistema detiene. La lógica era impecable: primero se crea la necesidad de fianza, luego se sortea para pagarla, y la prensa celebra la solidaridad innovadora del gobierno.
El colmo del realismo mágico burocrático lo aportó la directora de la financiera estatal, promocionando con fervor de televenta la “Tarjeta Finabien Paisan@“, el instrumento financiero definitivo para el héroe repatriado. ¿Necesita guardar sus dólares, enviar remesas con una comisión “ínfima” o pagar su seguro de repatriación? He aquí la solución, respaldada por VISA y el benefactor Estado. Así, el ciclo virtuoso se completa: el migrante es celebrado, procesado, eventualmente repatriado y, en el camino, convenientemente bancarizado.
En este gran teatro de la gestión humanitaria, cada número es una ovación: 846,000 servicios, 5 millones de trámites, 91,380 tarjetas entregadas. Las cifras, mastodónticas y felices, bailan en la conferencia matutina ocultando tras su bullicio la pregunta incómoda: ¿Cuánta de esta industria del auxilio está dedicada a prevenir el dolor, y cuánta a administrarlo con eficacia estadística? Se protege al connacional, sí, pero sobre todo se protege la narrativa de un gobierno que abraza, incluso cuando ese abrazo es, con frecuencia, un empujón suave hacia la frontera sur. Una patria que escribe su nombre con “M” de Migrante, pero cuyo himno más frecuente es el zumbido de los servidores registrando una repatriación más.














